Autoridad Moral

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La fuerza de la autoridad se halla en la autoridad moral, conquistada no por decretos o investiduras externas, ni mucho menos por imposiciones o castigos, sino por la coherencia entre el decir y el hacer, entre el hacer y el ser.

La autoridad moral no puede ser fabricada ni exigida. Es el resultado de un proceso interior en quien detenta la autoridad, por el cual él mismo lucha por los valores que desea transmitir. Su primer papel es el de encarnar un ideal y conducir hacia él. La fuerza motriz para el cumplimiento de tal papel es la actitud de servicio.

La autoridad moral se basa en ser consecuente con las decisiones que se toman, con lo que se dice y lo que se hace. Se basa en conceptos tales como la verdad, las convicciones y el ejemplo. Por lo tanto, si quien detenta la autoridad es inconsecuente, miente u obra de forma errada, su palabra carecerá de valor.

La autoridad es sobre todo una fuerza moral, por eso los gobernantes deben apelar, en primer lugar, a la conciencia, es decir al deber que cada cual tiene de aportar voluntariamente su contribución al bien común. Su función no se limita a mandar, organizar, coordinar, sancionar o controlar. Cuando la autoridad sólo interviene para ordenar y exigir, y quien la detenta demuestra estar interesado únicamente en afirmar sus propios derechos, crea rechazo.

Una autoridad sólo ejercida como autoridad formal merece ser obedecida, pero nunca podrá cumplir su meta, nunca será fecunda. Será una autoridad obedecida por obligación, no voluntariamente. Sólo la autoridad moral surgida por el servicio desinteresado a los demás es la que puede ganarse el derecho a ser obedecida con buena voluntad y a recibir la cooperación y la adhesión de sus subordinados.

Discernimiento

Es una virtud o valor moral, un "juicio por cuyo medio" o "por medio del cual percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas" de un mismo asunto o una situación específica.

Se trata del "Criterio" o la capacidad de distinguir los elementos que están implicados en una cuestión; cómo se relacionan entre sí; cómo se afectan los unos con los otros y cómo cada uno de ellos incide en el conjunto. Es un juicio que se basa en normas, modelos de valores, moralejas o principios que se heredan de las sociedades humanas y de las experiencias propias o ajenas (que se encuentran en los relatos familiares, históricos o libros de moral y ética, como por ejemplo desde los manuales o constituciones hasta las fábulas o la propia Biblia).

Discernir, en sentido amplio, significa buscar, a través de una lectura ética de la realidad, lo mejor para dicha realidad, con el fin de llevarlo a cabo. Se trata, parafraseando a Pablo VI, de conducir a la realidad desde condiciones menos humana a condiciones más humanas. O, dicho de otro modo, de provocar el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Discernir es buscar, entonces, con claridad sobre lo que es mejor para el macro y micro mundo en el cual nos desenvolvemos, lo mejor para nosotros mismos y para todos, desarrollar en la historia un proceso de humanización.

La pregunta central del discernimiento puede ser formulada de la siguiente manera; ¿Qué es lo mejor para mi y para los demás?, ¿Qué es lo que me humaniza y nos humaniza más?

En esto se parece mucho a la pregunta fundamental de la ética o de la moral: “Qué tengo o debo hacer, en determinada situación, para ser mejor yo, y hacer mejor mi realidad y la de los demás”.

Se une de esta manera a las preguntas fundamentales del ser humano desde que tiene conciencia de si mismo: “¿Quién soy yo, o quienes somos? ¿A dónde voy y vamos? o ¿qué sentido tiene mi y nuestra presencia en el mundo?

Supuestos del discernimiento

Discernir lo mejor para nosotros mismos descansa sobre dos supuestos. El primero se puede formular así: Nuestra conciencia ética habla y podemos oír lo que nos dice. El segundo supuesto nos indica que el mensaje de nuestra conciencia es descifrable, por lo tanto, podemos saber lo que es mejor para mí y para los demás, es decir, el hombre escucha, tiene capacidad para escuchar y entender su conciencia. Por otro lado, importa agregar además la presencia de una realidad escondida y negativa que también habla y tiene que ver con el misterio escondido del mal en el mundo, lo que los creyentes llaman pecado y muchas veces conocemos como injusticia, intolerancia, violencia, etc. Esto hace necesario saber distinguir qué es lo que pertenece a nuestra conciencia verdadera o recta y qué pertenece a esa otra conciencia también existente y que no es recta sino falsa o errónea. En este sentido el discernimiento es un mecanismo o método que nos ayuda a vivir en conciencia verdadera.

Discernimiento y conciencia

La capacidad del hombre para escuchar lo que su conciencia habla, la desarrolla activamente a través de sus propias inquietudes. Estas inquietudes se expresan a través de sus preguntas fundamentales. La primera pregunta del hombre que discierne es: ¿"Qué es lo que debo hacer con mi vida? Ahora bien, ese yo que pregunta, es un ser abierto a la comunión con los demás y con capacidad para leer la realidad junto al los demás, y ver en ella lo que es más humano. Ese yo no se constituye como persona, si no es de alguna manera reconocido por los demás. Esta es otra manera de afirmar nuevamente la antropología subyacente que posibilita el ejercicio del hombre ético: el ser social.

El discernimiento unido a la autoridad moral da como resultado un estado de conciencia que no se puede imponer con decretos, normas, jerarquías establecidas; surge por el trabajo constante y disciplinado de aquellos que persiguen un ideal a través del bien común. Esta conciencia corresponde, de algún modo, al “corazón de la persona”, a su identidad profunda, al lado íntimo de cada uno de los seres humanos: es decir que se está frente a aquella dimensión estructural de la persona que preside la edificación de su misma historia individual, mediante la elaboración de sus elecciones y de sus juicios morales.

Más información:

John Henry Newman - Doctor de la conciencia