Mesas de convivencia

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Las mesas de convivencia son un espacio de articulación social que puede estar compuesto por un conjunto de entidades, personas y agentes sociales de barrios, municipios y ciudades que trabajan, por ejemplo, con los siguientes objetivos:

• Diagnosticar o identificar las distintas problemáticas acerca de la inmigración que puedan dificultar la convivencia en barrios y distritos de la comunidad, propiciando alternativas y proyectos generadores de soluciones.

• Promover el debate y la reflexión social con el propósito de establecer prácticas que favorezcan la tolerancia y la convivencia intercultural.

• Destacar aquellas zonas donde existan posibles tensiones o conflictos por actitudes xenófobas o racistas ante la llegada de inmigrantes.

• Realizar trabajos de sensibilización tanto en colegios, asociaciones de vecinos/as e instituciones donde se trabaje con población autóctona e inmigrante, con el fin de producir un cambio en la percepción social acerca de la inmigración.

• Coordinar cuantas actuaciones de sensibilización se consideren convenientes para favorecer la convivencia en los barrios y el conocimiento mutuo de culturas.

Convivencia

Del artículo de Leonardo Boff: "La amenaza de la convivencia en los días actuales".

“La convivencia es un dato esencial de nuestra naturaleza como humanos, pues nosotros no existimos, coexistimos; no vivimos, convivimos. Cuando las relaciones de convivencia se desgarran, algo de inhumano y violento sucede en la sociedad y en general en nuestra civilización, en franca decadencia. La cultura del capital, hoy globalizada, no ofrece incentivos para que cultivemos el “nosotros” de la convivencia, sino que enfatiza el “yo” del individualismo en todos los campos. Necesitamos rescatar la convivencia de todos, con todos los que habitamos una misma Casa Común, pues tenemos un origen y un destino comunes. Divididos y discriminados recorreremos un camino que podrá ser trágico para nosotros y para la vida en la Tierra. Es bien sabido que la palabra “convivencia”, como reconocen investigadores extranjeros, por ejemplo, el académico alemán, T. Sundermeier, en “Konvivenz und Differenz”, tiene su nacimiento en dos fuentes brasileras: la pedagogía de Paulo Freire y las Comunidades Eclesiales de Base. (CEBs).

Paulo Freire parte de la convicción de que la división, maestro/alumno, no es originaria. Originaria es la comunidad aprendiente, donde todos se relacionan con todos y todos aprenden unos de otros, conviviendo e intercambiando saberes. En las CEBs es esencial el espíritu comunitario y la convivencia igualitaria de todos los participantes. Incluso el obispo y los curas se sientan juntos alrededor de la mesa y todos hablan y deciden. No siempre el obispo tiene la última palabra.

¿Qué es la convivencia?

La propia palabra contiene en sí su significado: deriva de convivir, que significa conducir la vida junto con otros, participando dinámicamente de la vida de ellos, de sus luchas, avances y retrocesos. En esa convivencia se da el aprendizaje real como construcción colectiva del saber, de la visión del mundo, de los valores que orientan la vida y de las utopías que mantienen abierto el futuro. La convivencia no anula las diferencias. Al contrario, es la capacidad de acogerlas, dejarlas ser diferentes y así y todo vivir con ellas y no a pesar de ellas. Sólo relativizando las diferencias y favoreciendo los puntos en común surge la convergencia necesaria, base concreta para una convivencia pacífica, aunque haya siempre niveles de tensión, por causa de las legítimas diferencias.

Veamos algunos pasos hacia la convivencia:

• En primer lugar, superar la extrañeza porque alguien no es de nuestro mundo. Pronto preguntamos: ¿de dónde viene?, ¿qué ha venido a hacer? No debemos crear dificultades, ni encuadrar al extraño sino acogerlo cordialmente.

• En segundo lugar, evitar hacernos rápidamente una imagen del otro y dar lugar a algún prejuicio (si es negro, musulmán, pobre). Es difícil, pero es necesario para la convivencia. Bien decía Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que sacar un prejuicio de la cabeza de alguien”. Pero se puede.

• En tercer lugar, procurar construir un puente con el diferente mediante el diálogo y la comprensión de su situación.

• En cuarto lugar, es fundamental conocer su lengua o rudimentos de ella. Si no es posible, prestar atención a los símbolos pues revelan generalmente más que las palabras. Ellos hablan de lo profundo de él y de nosotros.

• Por último, esforzarnos para hacer del extraño un compañero (con quien se comparte el pan), de quien se procura conocer su historia y sus sueños. Ayudarlo a sentirse incluido y no excluido. Lo ideal es hacerlo un aliado en la caminada del pueblo y de la tierra que lo ha acogido, por el trabajo y la convivencia.

Hay que añadir que no se debe restringir la convivencia solamente a la dimensión humana. Ella posee una dimensión terrenal y cósmica. Se trata de convivir con la naturaleza y sus ritmos, y darnos cuenta de que somos parte del universo y de sus energías que pasan por nosotros en cada momento.

La convivencia podrá hacer de la geo-sociedad, menos centrada sobre sí misma y más abierta hacia arriba y hacia delante, menos materialista y más humanizada, un espacio social en el cual sea menos difícil la convivencia y la alegría de convivir.

Reflexiones extraídas de una charla con Peter Tarak acerca de la convivencia

Hay una realidad objetiva: que somos muchos, y que vivimos y habitamos todos juntos en el mismo planeta. Pero parecería ser que nuestros valores no siempre reconocen esta realidad.

En general intentamos excluir a los que no entendemos o no nos convienen, y en consecuencia intentamos eliminarlos, sin querer reconocer que eliminar lo que no me gusta o no me conviene, no es democrático.

El tema en cuestión es cómo salimos de esta incoherencia que se presenta entre esta realidad objetiva, de estar juntos, y nuestra escala de valores que muchas veces tiende a la exclusión y la eliminación del otro.

Pienso que una posibilidad sería practicando el espacio de la diversidad infinita, donde la eco-espiritualidad ciudadana y la afectividad puedan recuperarse como dimensión de transformación integral. Esto no significa que vamos a estar de acuerdo con los demás, sino que se celebra el estar juntos como posibilidad no asegurada de entendernos y caminar hacia la convivencia en el contexto de una vida.

A propósito ¿alguien puede estar de acuerdo en todo con las personas que más quiere? La respuesta es no. Somos singulares en diversidad y complejidad. Las sociedades que encuentran espacios de convergencia en los que se pueda expresar su diversidad, trabajan en la construcción de confianza colectiva, la cohesión social y el bien común, y como resultado son las sociedades en las que sus miembros más se desarrollan y más crecen. Para ello necesitan espacios dónde la diversidad se encuentre. Si el Estado no construye estos espacios de encuentro, somos los ciudadanos a quienes nos toca hacerlo.

Las sociedades que venimos de los totalitarismos no tenemos práctica de convivencia desde la diversidad, y naturalmente aspiramos a construir enfrentándonos el uno contra el otro, en vez del encuentro como única opción de futuro. Esto va más allá de los gobiernos de turno. Es un trabajo arduo de mucho tiempo, que implica el desarrollo del músculo del valor de estar juntos por sobre el valor de estar de acuerdo. Precisamente en el extremo opuesto de esta mirada tienen su oportunidad los regímenes totalitarios. Y creo que la única manera de alejarnos de ellos es construir entre todos el espacio opuesto.