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Everything Is Miscellaneous: The Power of the New Digital Disorder (El poder del nuevo desorden digital) es un libro escrito por David Weinberger, autor de The Cluetrain Manifesto.  
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Everything Is Miscellaneous: The Power of the New Digital Disorder (El poder del nuevo desorden digital) es un libro escrito por [[David Weinberger]], autor de [[The Cluetrain Manifesto]].  
  
 
Sobre este texto, un artículo de Francis Pisani publicado en el diario El País de España:
 
Sobre este texto, un artículo de Francis Pisani publicado en el diario El País de España:

Revisión actual del 01:47 3 dic 2011

Everything Is Miscellaneous: The Power of the New Digital Disorder (El poder del nuevo desorden digital) es un libro escrito por David Weinberger, autor de The Cluetrain Manifesto.

Sobre este texto, un artículo de Francis Pisani publicado en el diario El País de España:

Todo es "diverso": el poder del nuevo desorden digital

Doctor en Filosofía, escribió chistes para Woody Allen durante siete años. Es consultor de empresas multinacionales en materia de Internet y coautor de The Cluetrain Manifesto, de donde salió la fórmula "los mercados son conversaciones". De David Weinberger sólo podemos esperar algo extraordinario. No decepciona con su libro Everything is miscellaneous. The power of the new digital disorder ('Todo es diverso. El poder del nuevo desorden digital'). Una obra ambiciosa donde muestra cómo el mundo digital nos invita a reconsiderar nuestras maneras de pensar el mundo, de conocerlo y de entenderlo.

El punto de partida es la forma en que ordenamos las cosas y lo que de ellas sabemos. Distingue tres niveles, tres órdenes de orden.

El primero consiste en el orden de las cosas: cubiertos en el cesto de la izquierda al lado del lavaplatos. Servilletas en la cómoda. Característica esencial: cada cosa sólo puede estar en un solo lugar a la vez.

El mejor ejemplo para entender el segundo orden de orden es el catálogo de la biblioteca municipal o de la tienda de venta por correo. Un código indica dónde está el objeto. Lo que es. Sin embargo, insiste Weinberger, este segundo orden también sufre las limitaciones del mundo de los átomos. La cantidad de información que uno puede poner sobre un libro o un par de medias es limitado por el tamaño de la tarjeta o por el peso del catálogo. El tercer orden de orden es el del mundo digital. Ya no hay límite a la cantidad de información. Al contrario, mientras más información tenemos, mejor; como lo muestran los tags que ordenan el desorden de Flickr o del.icio.us. iTunes nos ayudó a entender que la pieza es una unidad musical mejor que el CD. Apenas era un principio. "Al permitir a los clientes que publiquen sus listas de reproducción y que comenten las de los demás, iTunes nos ofrece tantas formas de navegar en su inventario como hay humores e intereses de sus clientes". Consecuencia: "debemos deshacernos de la idea según la cual hay una manera mejor que el resto de organizar el mundo". "En vez de que cada cosa tenga su lugar resulta mejor si se les pueden atribuir varios lugares simultáneamente", escribe Weinberger. Las consecuencias sociales son considerables en la medida en que las clasificaciones tradicionales implican autoridad. La que hace falta para decidir poner un objeto en un lugar y no en otro, para atribuirle una posición en un conjunto en vez de otra. El sistema Dewey de clasificación de los libros traducía al principio una visión estadounidense del mundo. Sus múltiples modificaciones (dieron lugar a la actual Clasificación decimal universal o CDU) sólo corrigieron el problema de manera imperfecta. El hecho de poder, en el universo digital, encontrar lo que uno quiere sin pasar por clasificaciones rígidas trastoca la posición de los responsables del conocimiento. Si podemos participar desordenadamente en la organización sin paralizar la capacidad de los demás de encontrar, clasificar se vuelve un proceso social.

"Podemos establecer conexiones y relaciones a un ritmo difícil de imaginar antes", escribe Weinberger. "Podemos hacerlo juntos. Podemos hacerlo en público. Cualquier enlace y cualquier lista enriquecen nuestra colección dispareja de cosas compartidas y crea conexiones potenciales difíciles de predecir. Cada conexión nos dice algo sobre las cosas conectadas, sobre quién la estableció, sobre la cultura que pudo establecerla, sobre el tipo de gente a la que le interesa. Así es como crece el significado. Sea porque lo hacemos adrede o dejando huellas por donde pasamos, la construcción pública del significado es el proyecto más importante del próximo siglo". Weinberger deja de lado, como señala Chris Shioyama en el blog Gyaku.jp, la gran barrera idiomática. Las fronteras se difuminan, pero los idiomas siguen definiendo una geografía real en Internet. Hasta que encontremos eficientes sistemas de traducción automática. Su valor, sin embargo, es que nos ayuda a entender mejor cómo las tecnologías digitales afectan nuestra relación con el conocimiento.