Creación de valor sostenible o integral
La Segunda Revolución Industrial que se inició en 1880 y cuyos efectos perduran hasta nuestros días, generó grandes transformaciones económicas que dieron origen a la producción en serie, el desarrollo del capitalismo y la aparición de las grandes empresas. A nivel social, estableció el nacimiento del proletariado y la cuestión social, cuyos problemas buscaron ser resueltos por el socialismo científico de Karl Marx.
Como consecuencia de ello, surgieron dos sistemas políticos, dos modelos económicos y dos formas de organización social opuestas e irreconciliables: el capitalismo y el comunismo.
El capitalismo, representado por pensadores como Adam Smith, John Locke, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, por parte de la llamada Escuela austríaca, tuvo su mayor expresión en Estados Unidos, mientras que el comunismo, representado por Karl Marx y Friedrich Engels, tuvo su mayor aplicación en la Unión Soviética. Estos dos países conformaron después de la Segunda Guerra Mundial dos bloques –en verdad el bloque capitalista y el comunista– que, a partir de una concepción diferente del modelo de desarrollo de la sociedad, se disputaron distintas maneras reordenar el mundo y mantuvieron un largo enfrentamiento conocido como la Guerra Fría, que concluyó en 1989 con la caída del Muro de Berlín.
A nivel económico, mientras el primero estaba orientado por las fuerzas del mercado y la libertad de comercio, el segundo era articulado e impulsado desde la planificación estatal.
En ambos modelos, la creación de riqueza económica estaba a cargo de empresas, que en el sistema capitalista pertenecían al sector privado y, en el caso del modelo soviético, pertenecían al Estado y formaban parte del sector público. El eje del desarrollo para los dos sistemas se daba a partir de la articulación entre las empresas y el Estado.
En el marco del capitalismo, el sector público estaba representado por los gobiernos, cuya principal función era promover el bien común y la cohesión social. Se ocupaban además de la administración del poder –justicia, seguridad, educación y salud–y de la redistribución de la riqueza a través del cobro de impuestos. Existían asimismo una gran cantidad de organizaciones que se dedicaban a la beneficencia y la caridad: iglesias, damas de caridad y organizaciones filantrópicas de primera generación, que buscaban aliviar y solucionar los problemas de los pobres, las viudas y los más desposeídos. La misión de estas organizaciones era dar y hacer el bien, y no se las consideraba parte del sistema, por lo tanto, se encontraban fuera del modelo de desarrollo.
Modelo de desarrollo durante la Revolución Industrial
Tres formas diferentes de institucionalidad
Teniendo en cuenta que después de la caída del Muro de Berlín el proceso de globalización se dio a través del sistema capitalista, vamos a tomar este modelo como ejemplo y a traducirlo a un esquema de ejes cartesianos, que nos va a permitir comprender mejor los propósitos de cada uno de los actores sociales y su rol durante la Revolución Industrial.
Rol y función de los actores sociales durante la Revolución Industrial
En este cuadro se pueden apreciar el rol y la función unívoca que asumieron cada uno de los tres sectores durante la Revolución Industrial: el sector privado, representado por la empresa, cuya función y único objetivo era la obtención de lucro; el sector público, representado por los gobiernos, cuya función era promover el bien común, la cohesión social, administrar el poder, proporcionar seguridad física y jurídica, educación, salud, y la redistribución de la riqueza a través del cobro de impuestos; y las iglesias y entidades de beneficencia orientadas a la caridad y hacer el bien.
Traducido entonces este modelo a ejes cartesianos, se puede observar que durante la Revolución Industrial, el sector privado, representado por la empresa, tenía como función y único objetivo la obtención de lucro: ganar dinero.
El sector público, representado por los gobiernos, se ocupaba de promover el bien común y la cohesión social, administrar el poder, proporcionar seguridad física y jurídica, educación, salud, y la redistribución de la riqueza a través del cobro de impuestos.
Por su parte, las organizaciones de beneficencia y caridad, y las diferentes iglesias –que en el marco de la Revolución Industrial todavía no conformaban el tercer sector o “sector social” (ya que éste aún no existía como tal)–, estaban orientadas a la caridad, por lo que tenían como función unívoca hacer el bien y ocuparse de los problemas de los más necesitados.
Fue a partir de este modelo de misión y visión unidimensional de cada una de estas tres formas de institucionalidad mencionadas anteriormente –las empresas, las organizaciones religiosas, de beneficencia y de caridad, y los gobiernos–, que la sociedad occidental se organizó para encontrar una solución a los desafíos y problemas que planteaba el nuevo orden político, económico y social.
De acuerdo con este eje de coordenadas, si nos situamos en el eje que corresponde al sector privado, representado por la empresa, cuando se parte de cero y sólo se piensa en términos de lucro y nada más que en ganar dinero, en la medida en que nos vamos acercando al infinito, desembocamos inexorablemente en lo que hoy se conoce con el nombre de capitalismo salvaje, que da nacimiento a una nueva categoría, muy alejada de los fundamentos y postulados con los que fue creado el pensamiento del sistema capitalista por sus fundadores.
Por otro lado, si nos situamos en el eje que corresponde a las entidades religiosas, de beneficencia y filantrópicas, y solo se piensa en términos de caridad y hacer el bien, en la medida en que nos vamos alejando de cero y acercando al infinito, este eje nos lleva hacia lo que podríamos llamar el lirismo, cuyas principales características son el entusiasmo y la inspiración, sin que importe demasiado si el impacto que se alcanza termina siendo positivo o no para los beneficiarios y la sociedad en su conjunto, y sin prestar mucha atención a si queda o no capacidad instalada en las personas o en la comunidad para resolver sus propios problemas.
Por último, si nos situamos en el eje que corresponde al sector público representado por los gobiernos en todas sus formas, y solo se piensa en términos de administración del poder, este eje proyectado al infinito resulta en lo que en algún momento se conoció como absolutismo: la búsqueda y acumulación del poder por el poder mismo, que de ninguna manera puede ser algo deseable por la sociedad, porque en el largo plazo asegura el despotismo y la arbitrariedad vitalicia.
En el siguiente cuadro puede verse la evolución de los diferentes sectores hacia el final de la Revolución Industrial y sus consecuencias: el capitalismo salvaje, en el caso del sector privado; el absolutismo, en el caso del sector público, y el lirismo en el caso de las iglesias y entidades de beneficencia.
La ruptura del pacto social
Durante muchas décadas, especialmente durante la Revolución Industrial, estas tres formas de institucionalidad mantuvieron una mirada unívoca respecto de su función en la sociedad, y lo cierto es que, en aquel contexto histórico, fue un modelo de desarrollo que para una parte del mundo resultó funcional y exitoso. Pero, como señalábamos anteriormente, también es cierto que el paradigma que auguraba el “progreso para todos” no se cumplió.
Mantener este viejo paradigma en el tiempo, sostener esta mirada de la realidad, implica no poder solucionar los problemas que tenemos hoy las personas y nuestras sociedades. Implica una ruptura en el pacto social, que es lo que actualmente enfrentamos. Porque para resolver los problemas que acucian a nuestras sociedades y sus habitantes, no alcanza con que las empresas ganen dinero, ni que las entidades religiosas y de beneficencia se dediquen a hacer el bien. Tampoco es suficiente que los gobiernos piensen solamente en acumular poder y vean de qué forma administrarlo, sin comprender que la economía no es un proceso de suma cero, sino un proceso dinámico de creación de valor, producto de la economía de mercado y del libre intercambio de bienes y servicios.
Resulta evidente que esta vieja concepción del mundo está provocando desde hace algunas décadas una fuerte ruptura del pacto social entre los individuos entre sí, y entre los individuos y las instituciones –situación que muchas veces desemboca en el advenimiento de democracias fallidas en las que reinan la ineptocracia y la kakistocracia (el gobierno de los peores)–, y es la sociedad en su conjunto quien le está exigiendo a las instituciones una transformación radical en la concepción de su misión y visión para poder hacer frente a los desafíos que nos impone el cambio de paradigma hacia la sustentabilidad y la regeneración que estamos transitando en la actualidad.
En este nuevo escenario, el actor más significativo y relevante es el ciudadano global. Así como el gran emergente y protagonista de la Revolución Industrial fue el trabajador –que surge a partir de lo que significó en ese momento tener un empleo estable y remunerado, que abrió la oportunidad para que enormes masas de asalariados alcanzaran la tan ansiada y valorada inclusión económica y social–, los “trabajadores” de esta nueva era, muchos de ellos emprendedores y profesionales independientes, no quieren quedarse instalados en ese rol social.
Después de que sus abuelos, padres, y en muchos casos ellos mismos, lograron numerosas conquistas sociales, en la actualidad aspiran a convertirse en verdaderos ciudadanos de un mundo globalizado, lo que representa un cambio sustancial. Además de desarrollarse a través de un trabajo digno que les asegure poder contar con los ingresos que necesitan para vivir de su esfuerzo, también aspiran a desarrollar su vocación y lograr bienestar y calidad de vida: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Estos ciudadanos, que se atreven a soñar futuros compartidos y que abogan por el respeto irrestricto al derecho que tiene cada persona de ir en búsqueda de su propia felicidad a partir de su proyecto de vida, son los grandes agentes del cambio que se está gestando actualmente a nivel global. Abrazan no solo los postulados de Declaración de los derechos humanos, sino que además adhieren a la Declaración de Responsabilidades y Deberes Humanos, y observan permanentemente a las instituciones desde una mirada vigilante y, para renovarles la licencia social que éstas necesitan para operar, les exigen el desarrollo y la práctica de una nueva agenda, que implica un nuevo pacto social basado en la convicción de que la globalización tiene que estar acompañada por un mejoramiento de las condiciones de vida del planeta y sus habitantes.
Creación de valor sostenible
El cambio de paradigma que estamos atravesando demanda que tanto el sector privado, como el sector social y el sector público, mantengan su respectivo foco original de creación de valor, pero que además deban comenzar a considerar el de los otros dos actores para complementarse y actuar en forma conjunta ya que, a partir del principio de corresponsabilidad e interdependencia, ninguno de estos tres sectores puede, ni debe, seguir actuando en el contexto social por sí solo.
Es por eso que cuando hoy una empresa –sector privado– tiene que dar respuesta a la sociedad para que ésta le renueve la licencia social que necesita para operar, deja de pensar exclusivamente en términos de rentabilidad y lucro para incorporar los contenidos de la nueva agenda de la sociedad globalizada, muy bien reflejada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y de esa forma comenzar a operar en términos de creación de valor económico (CVE).
El sector social, por la demanda de tener que atender a la misma agenda de inclusión, equidad, transparencia, gobernabilidad, legitimidad, validación externa, medición de impacto, rendición de cuentas, largo plazo, etc, deja de ocuparse solamente de la beneficencia, la caridad y la filantropía –lo que no quita que sigan brindándoles asistencia a quienes no están en condiciones de valerse por sí mismos–, para enfocar su accionar en lograr impacto positivo y, en consecuencia, crear valor social (CVS).
En cuanto al sector público, cuando desde la sociedad se le exige al gobierno que aplique y ponga en práctica la agenda de la sostenibilidad y la regeneración, y aplique un modelo de gestión sostenible, éste deja de enfocarse exclusivamente en la acumulación y administración del poder, y en la redistribución de la riqueza; y se convierte en un agente de creación de valor público (CVP).
Es importante tener en cuenta que siempre que hablamos de creación de valor estamos hablando de personas, organizaciones o instituciones que son, o aspiran a ser, superavitarias a través de su respectivo modelo de propuesta de valor (concepto que primero se aplicó dentro del sector privado y cuyo uso ya se ha extendido a los sectores social y público). Porque cuando sale más de lo que ingresa, inexorablemente, en el corto o mediano plazo nos volvemos deficitarios, y en el largo parasitarios, con los problemas de destrucción de valor que este tipo de situaciones conllevan.
Modelo de desarrollo en el paradigma de la sustentabilidad
¿En qué se diferencia el concepto de “creación de valor” respecto del modelo que proponía el paradigma anterior? Que por este paso del modelo tradicional unidimensional al inter-retro-dependiente en el que se basa el desarrollo humano sostenible, las instituciones de cada sector deben ocuparse al mismo tiempo de su misión específica –aquello para lo que fueron creadas– y considerar también su articulación con las instituciones de los otros dos sectores, con el fin de acompañar y sumar en el proceso de creación de valor de las mismas.
No estamos hablando de otra cosa que del concepto de valor compartido, como bien señala Michael Porter (concepto que ya había sido previamente abordado y desarrollado por el consultor argentino Alberto Levy).
Es en esta instancia donde se encuentran estas tres formas de institucionalidad en las que se reúnen y alinean la creación de valor económico con la creación de valor social y la creación de valor público, que da como resultado una ecuación emergente que incluye y abarca a todas las dimensiones de creación de valor por igual: la creación de valor sostenible (también conocida como Creación de valor integral), enfoque que a su vez da nacimiento a las organizaciones de nueva generación o de nuevo paradigma. Estas organizaciones se asumen a sí mismas como proyectos superavitarios, dinámicos, flexibles y en permanente cambio, movimiento y adaptación frente a las organizaciones tradicionales que tienden a ser rígidas, estáticas y, en muchos casos, deficitarias. Organizaciones que, desde un abordaje sistémico y sin descuidar su foco de creación de valor respectivo, también promueven y acompañan las otras dos dimensiones de creación de valor en pos de la Creación de valor sostenible (Creación de Valor ∞).
CVP + CVE + CVS = Creación de valor Sostenible ∞
Por lo tanto, en la era del conocimiento y de la conciencia, la organización de la sociedad se consolida en torno a este nuevo paradigma, en el que las tres formas de institucionalidad –el sector público, el privado y el social–, más allá de su misión original, adquieren un nuevo “propósito” –que es aquello que define para qué hago lo que hago–, en pos de la creación de valor sostenible Esta nueva característica, la de la sostenibilidad, se traslada por carácter transitivo a cada una de las dimensiones de creación de valor, lo que da como resultado que la creación de valor público se vuelva sostenible, al igual que la creación de valor económico y la creación de valor social.
En cualquier caso, es necesario incorporar una cuarta dimensión que es común a todos: la ambiental. Porque la creación de valor ambiental (CVA) es algo que les compete a absolutamente todas las personas y organizaciones del planeta.
Actualmente, también se está estudiando la posibilidad de incorporar una nueva dimensión de creación de valor que es la “eco-espiritualidad” o “creación de valor eco espiritual cívico ciudadano” que, basada en los principios y valores éticos y morales universales, y en los valores democráticos y republicanos, aplica tanto para el individuo como para las instituciones y la sociedad en su conjunto. Su incorporación resulta imprescindible porque solo personas conscientes de la dimensión espiritual de la condición humana, tienen la templanza y la fortaleza que se necesita para poder impulsar y llevar adelante la agenda del nuevo paradigma.
La eco-espiritualidad cívico ciudadana es una nueva espiritualidad que está directamente vinculada con nuestra casa común que es la Tierra, y no se expresa a través de la religiosidad, sino a través de la puesta en práctica de los principios y valores éticos y morales universales, a los que se suman la cultura cívica y la participación ciudadana, la ética ecológica, la ecotecnología, la ecopolítica, la ecología social, la ecología mental y la ecología integral mística cósmica. Una eco-espiritualidad laica, que nos guía en el camino de la integración entre el mundo y la Tierra, que nos alienta a tomar conciencia de la necesidad urgente de la regeneración en su sentido más amplio (porque tanto la sustentabilidad como la regeneración son, por sobre todo, un estado de conciencia que nos ayuda a evolucionar del yo al yo-nosotros, del yo al yo-Tierra, y del yo al yo-cosmos).
En la medida en que comprendamos esta nueva dimensión ampliada de la conciencia, es muy probable que el ser humano deje de estar en el centro de la escena para ubicar allí al “sistema Vida” en todas sus dimensiones, ya que nuestra supervivencia como especie depende la supervivencia de otros seres y de la sanidad de los ecosistemas planetarios. Reconocer esta interdependencia –que como bien señala Pedro Tarak, es una realidad objetiva–, es comprender al ser humano como parte de la naturaleza y no separado de ella, y nos ubica quizás, en los albores de un cambio de paradigma de una magnitud tal como lo fueron en su momento las ideas de Copérnico y Galileo.
Creación de valor ambiental
CVP ∞ + CVE ∞ + CVS ∞ = Creación de Valor Sostenible ∞
Creación de valor eco - espiritual cívico-ciudadano
En el siguiente cuadro se puede apreciar el nuevo rol y función que asume cada uno de los tres sectores, ahora interdependientes, en el paradigma de la sustentabilidad y la regeneración: el sector privado reorientado a la creación de valor económico sostenible, el sector público a la creación de valor público sostenible, y el sector social a la creación de valor social sostenible. Y la sumatoria de estos tres vectores nos da como resultado la Creación de Valor Sostenible o Creación de Valor Integral. A su vez, en este nuevo paradigma surgen a nivel macro dos nuevas dimensiones omniabarcantes: la creación de valor ambiental y la creación de valor eco-espiritual cívico-ciudadano. La creación de valor sostenible surge, por lo tanto, como un emergente sistémico producto de la sumatoria de cinco dimensiones diferentes de creación de valor.
Rol y función de los sectores público, privado y social en el paradigma de la sustentabilidad y la regeneración.
Para más información • Creación de valor económico sostenible • Creación de valor público sostenible • Creación de valor social sostenible • Creación de valor ambiental • Creación de valor eco-espiritual cívico ciudadano • El nuevo ADN de los negocios debe crear valor integral • Valores del paradigma de la sustentabilidad y regeneración