La era de la desinformación
La era de la desinformación
La definición del verbo desinformar no puede ser más preciso que, el que da la Real Academia Española, en sus dos acepciones:
1. Dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines.
2. . Dar información insuficiente u omitirla.
La desinformación, también llamada manipulación informativa o manipulación mediática, es la acción y efecto de procurar en los sujetos el desconocimiento o ignorancia y evitar la circulación o divulgación del conocimiento de datos, argumentos, noticias o información que no sea favorable a quien desea desinformar.
Hablamos de la sociedad de la información, del derecho a la información, como sinónimos de igualdad, progreso y conocimiento. El acceso y facilidad que nos dan las tecnologías de comunicación e información- a esa privilegiada parte de la población que tenemos acceso a las mismas- así como los sofisticados dispositivos electrónicos, generan una sensación de poder y desarrollo que nos ingresa a una nueva época que impresiona por su dinamismo y velocidad. Pero también ha generado una especie de expectativa, de confianza en que, al tener acceso a la información, se mejorarán las condiciones sociales, económicas y ecológicas, aunque no se haga nada en concreto para ello.
La mayoría de los ciudadanos considera que, después de leer los diarios o ver los noticieros de televisión, están informados de la actualidad. Sin embargo, la realidad dista mucho de ser la imagen unívoca ofrecida por los medios. Estamos sobrecargados de información que no solamente en muchos casos es inútil, sino que además suele ser falsa.
Bajo la apariencia de pluralidad y democracia, nos inundan de noticias insignificantes, que son difundidas por una multitud de medios de comunicación, y entre tantas noticias superfluas, nos ofrecen informaciones esenciales pero sin jerarquizarlas ni destacarlas, y en muchos casos, faltando a la verdad o sin que podamos comprenderlas o contextualizarlas.
El mainstream media, así como la tradicional élite de poder, recurren a la técnica de la desinformación, que de algún modo intercambia la antigua ignorancia a la que se encontraba sometida gran parte de la sociedad civil por un nuevo, y tal vez aún más efectivo enemigo, la confusión.
Y es que si analizamos de manera objetiva ambos fenómenos en verdad resulta más nociva esta segunda táctica empleada para proteger las agendas ocultas: es más “peligrosa” para los intereses a la sombra una sociedad que no sabe (y que en cierto porcentaje esta consciente de su ignorancia) que aquella sociedad que cree saber (pero en realidad no sabe nada) o incluso que sabe demasiado, teniendo a su alcance más mucho más información de la que es capaz de procesar lúcidamente.
Algunos de los procedimientos más utilizados por parte de la publicidad pública de un régimen político, generalmente organizada por medio de los mecanismos de la ingeniería social, o de la publicidad privada o por medio de engaños o bulos (en inglés, hoaxes), filtraciones interesadas o rumores, "sondeos", estadísticas o estudios científicos e imparciales, pero pagados por empresas o corporaciones económicas interesadas, uso de "globos sonda" o afirmaciones no autorizadas para inspeccionar los argumentos adversos que pueda suscitar una medida y anticipar respuestas y uso de medios no independientes o financiados en parte por quien divulga la noticia o con periodistas sin contrato fijo, o por apropiación o manipulación o creación de supuestos movimientos popular. Un tipo particular de desinformación es la contrainformación: información falsa o manipulada generada por un estado u otros grupos de poder con objeto de confundir y engañar a sus oponentes.
La desinformación se sirve de diversos procedimientos retóricos como demonización, astroturfing, oscurecimiento, esoterismo, presuposición, uso de falacias, mentira, omisión, sobreinformación, descontextualización, negativismo, generalización, especificación, analogía, metáfora, eufemismo, desorganización del contenido, uso del adjetivo disuasivo y del espín semántico, reserva de la última palabra u ordenación envolvente que ejerce la información preconizada sobre la opuesta.
A continuación algunos ejemplos aclaratorios:
• Adulación: Uso de interpelaciones agradables, en ocasiones inmoderadamente, con la intención de convencer al receptor: "Usted es muy inteligente, debería estar de acuerdo con lo que le digo".
• Apelación a la autoridad: Citar a personajes importantes para sostener una idea, un argumento o una línea de conducta y ningunear otras opiniones.
• Apelación al miedo: Un público que tiene miedo está en situación de receptividad pasiva y admite más fácilmente cualquier tipo de indoctrinación o la idea que se le quiere inculcar; se recurre a sentimientos instalados en la psicología del ciudadano por prejuicios escolares y de educación, pero no a razones ni a pruebas.
• Chivo expiatorio: Lanzando anatemas de demonización sobre un individuo o un grupo de individuos, acusado de ser responsable de un problema real o supuesto, el propagandista puede evitar hablar de los verdaderos responsables y profundizar en el problema mismo.
• Demanda de desaprobación o poner palabras en la boca de uno: Relacionada con lo anterior, consiste en sugerir o presentar que una idea o acción es adoptada por un grupo adverso sin estudiarla verdaderamente. Sostener que en un grupo sostiene una opinión y que los individuos indeseables, subversivos, reprobables y despreciables la sostienen también. Eso predispone a los demás a cambiar de opinión.
• Efecto acumulativo: Intenta persuadir al auditorio de adoptar una idea insinuando que un movimiento de masa irresistible está ya comprometido en el sostenimiento de una idea, aunque es falso. Se da por sentada una idea mediante la falacia de la petición de principio. Esto es así porque todo el mundo prefiere estar siempre en el bando de los vencedores. Esta táctica permite preparar al público para encajar la propaganda. Es preferible juntar a la gente en grupos para eliminar oposiciones individuales y ejercer mayor coerción, principio de mercadotecnia o marketing que ejercen los vendedores.
• Eslóganes: Frases breves y cortas fáciles de memorizar y reconocer que permiten dejar una traza en todos los espíritus, bien de forma positiva, bien de forma irónica: "Bruto es un hombre honrado".
• Estereotipar o etiquetar: Esta técnica utiliza los prejuicios y los estereotipos del auditorio para rechazar algo.
• Eufemismo o deslizamiento semántico: Reemplazar una expresión por otra para descargarla de todo contenido emocional y vaciarla de su sentido: "interrupción voluntaria del embarazo" por aborto inducido, "solución habitacional" por vivienda, "limpieza étnica" por matanza racista. Otros ejemplos, "daños colaterales" en vez de víctimas civiles, "liberalismo" en vez de capitalismo, "ley de la jungla" en vez de liberalismo, "reajuste laboral" en vez de despido, "solidaridad" en vez de impuesto, "personas con preferencias sexuales diferentes" en lugar de homosexuales, "personas con capacidades diferentes" en lugar de discapacitados y "relaciones impropias" en vez de adulterio. • Imprecisión intencional: Se trata de referir hechos deformándolos o citar estadísticas sin indicar las fuentes o todos los datos. La intención es dar al discurso un contenido de apariencia científica sin permitir analizar su validez o su aplicabilidad. • Oscurecimiento: para no informar de algo desagradable para el poder, se reformula de forma que entenderlo cueste un trabajo que no se va a hacer; por ejemplo, en vez de decir que acaba de aumentar el paro a cuatro millones, se puede decir que la tasa de paro ha aumentado en menor proporción que la del mismo mes del año pasado. • Quidam: Para ganar la confianza del auditorio, el propagandista emplea el nivel de lenguaje y las maneras y apariencias de una persona común. Por el mecanismo psicológico de la Proyección (psicología), el auditorio se encuentra más inclinado a aceptar las ideas que se le presentan así, ya que quien que se las presenta se le parece.
• Redefinición y revisionismo: Consiste en redefinir las palabras o falsificar la historia de forma partidista para crear una ilusión de coherencia.
• Simplificación exagerada: Generalidades usadas para contextualizar problemas sociales, políticos, económicos o militares complejos.
• Testimonio: Mencionar dentro o fuera de contexto casos particulares en vez de situaciones generales para sostener una política. Un experto o figura pública respetada, un líder en un terreno que no tiene nada que ver… Se explota así la popularidad de ese modelo por contagio. Por ejemplo, una personalidad respetada entra en un partido político acusado de corrupción para aprovechar su reputación y contrarrestar la mala imagen del partido.
• Transferencia: Esta técnica sirve para proyectar cualidades positivas o negativas de una persona, entidad, objeto o valor (individuo, grupo, organización, nación, raza, patriotismo...) sobre algo para hacer esto más (o menos) aceptable mediante palancas emotivas.
• Uso de generalidades y palabras-prestigio: Las generalidades pueden provocar emoción intensa en el auditorio. El amor a la patria y el deseo de paz, de libertad, de gloria, de justicia, de honor y de pureza permiten asesinar el espíritu crítico del auditorio, pues el significado de estas palabras varía según la interpretación de cada individuo, pero su significado connotativo general es positivo y por asociación los conceptos y los programas del propagandista serán percibidos como grandiosos, buenos, deseables y virtuosos.
• Astroturfing. Se manipulan movimientos espontáneos populares para insuflarles un contenido ideológico, o se crean con esa apariencia para lograr esa función.
• La demonización o satanización consiste en identificar la opinión contraria con el mal, de forma que la propia opinión quede ennoblecida o glorificada. Hablar del vecino como de un demonio nos convierte a nosotros en ángeles y las “guerras santas” siempre serán menos injustas que las guerras, a secas. Se trata ante todo de convencer con sentimientos y no con razones a la gente, habitualmente una mayoría, que se convence más con sentimientos que con razones. Habitualmente se emplea en defensa de intereses económicos; cuando se demoniza Internet llamándolo cuna de pederastas y piratas, encubriendo el uso inmoral de la moral por intenciones económicas a que obedece este punto de vista aparentemente bienintencionado de regularlo para que pierda su gratuidad y generosidad.
• El esoterismo es la tendencia al enigma y al oscurantismo en la expresión sibilina, ambigua, enredada y cercana a razones que no atan ni desatan o bernardinas, así que cualquier interpretación es plausible y por tanto errada. Se suprime cualquier conclusión lógica y se deja el poder de interpretación en manos de quien está y las posiciones en que estaban sin iniciar ningún camino y negando toda posible evolución o pensamiento.
Algunas palabras y expresiones no admiten réplica ni razonamiento lógico: son los llamados adjetivos disuasivos, contundentes y negativistas que obligan a someterse a ellas y excluyen el matiz y cualquier forma de trámite inteligente. Para ello se utiliza la polaridad, un concepto lingüístico y semántico por el cual las palabras negativas atraen por concordancia otras palabras negativas en el sintagma de negación. Su contundencia emocional, el pathos retórico y emotivo del mensaje, eclipsa toda posible duda o ignorancia, principios de cualquier forma razonable de pensamiento; por ejemplo, "la constitución o la integración europea es irreversible". La misma aplicación tienen los adjetivos incuestionable, inquebrantable, inasequible, insoslayable, indeclinable y consustancial. Su maximalismo sirve para remachar cualquier discurso y crear una atmósfera irrespirable de monología. Además, según Noam Chomsky, muchas de estas palabras suelen atraer otros elementos en cadena formando lexías pleonásticas: adhesión inquebrantable, inasequible al desaliento (incorrecto3 ya que inasequible significa inalcanzable, inconseguible), deber insoslayable, turbios manejos, legítimas aspiraciones, absolutamente imprescindible. Lexías redundantes como totalmente lleno o absolutamente indiscutible, inaceptable o inadmisible.
Es habitual entre los políticos hablar de las reglas del juego, pero nadie dice cuáles son; también se habla del marco institucional si bien nadie ha descrito ese marco; tampoco existe quien lleve el árbol genealógico de las llamadas familias políticas. Es frecuente el alargamiento de las construcciones verbales en forma de perífrasis verbales paralizantes y fatigosas construcciones pasivas analíticas. Se usa además la hipérbole, la dilogía o disemia, la eufonía, el pleonasmo, la perífrasis y el énfasis (dar a entender más de lo que se dice) recurriendo a hiperónimos.
Las palabras del político abusan del léxico abstracto, toman segundos acentos enfáticos al principio o en los prefijos y se alargan mediante procedimientos inútiles de derivación: ejercitar por ejercer, complementar por completar, señalizar por señalar, metodología por método, problemática por problema. Son característicos los verbos ‘ampliados’ viciosamente con el sufijo –izar, como judicializar por encausar, criminalizar por incriminar, concretizar por concretar, sectorializar, potencializar, institucionalizar, funcionalizar, instrumentalizar, racionalizar, desdramatizar, ideologizar, sobredesideologizar, objetivizar. Algunos llaman a este frenesí por alargar las palabras sesquipedalismo.
“La neblina de la información puede debilitar el conocimiento” afirmó acertadamente el historiador estadounidense D.J. Boorstin. “El conocimiento se ha convertido en una mercancía y su alcance se limita por la capacidad de comprar y vender. Avanzamos hacia el dominio de un régimen de apropiación privada del conocimiento”. Y claro a las masas –dice Chomsky- se les dejará la información banal, fútil es intranscendente para que “la clase que razona [establezca] ilusiones necesarias [como la democracia, el derecho a la información, etc.] y simplificaciones para que el rebaño desconcertado no se vea aturdido por la complejidad de los problemas reales que además, tampoco sabría cómo resolver. El objetivo es mantenernos apartados de las cuestiones reales y aplastar cualquier intento de organización y establecimiento de vínculos colectivos”. Es evidente que además del acceso a la información es necesario también alfabetizar a los usuarios en ésta, para el manejo efectivo y provechoso de la misma.
Algo de todo esto se vio cuando se destapó el tema de Wikilieaks, pero creo que es solo la punta del iceberg. A partir de la globalización también se globalizó la comunicación, pero la hegemonía la siguen teniendo las agencias de noticias y las grandes cadenas de TV que son las que manejan los contenidos a nivel masivo. A su vez creo que la industria del entretenimiento inundó los noticieros y como consecuencia todos los mensajes y los contenidos se comenzaron a banalizar y frivolizar. En medio de esa sobrecarga de información ya no queda muy en claro la categoría y la veracidad de la fuente. Por otra parte, para el ciudadano común es imposible poder comprender y hacer un seguimiento de lo que está sucediendo a nivel internacional. Todo esto tiene que ver con el cambio de paradigma pero también con un abandono de los principios de la libertad de expresión y de la libertad de prensa.
Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, que nos relata George Orwell en su novela, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana, una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. El término «orwelliano» se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela. La novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX.
Para cerrar este artículo, vale la pena ver y leer lo que dice Noam Chomsky al respecto en sus [10 Estrategias de Manipulación Mediática].