De la soberbia moral al negacionismo intelectual y la decadencia
Artículo de Armando Ribas (h)
“Los buenos somos nosotros y los malos son siempre los otros”.
El pensador estadounidense Thomas Sowell, de raza negra, educado en el Harlem, y que durante décadas fuera el mayor detractor de la izquierda infiltrada dentro del Partido Demócrata, en su obra “The vision of the Anointed” (La visión de los ungidos), nos dice que, las grandes catástrofes de la humanidad, han requerido mucho más que visiones dogmáticas erróneas, e incluso malvadas que han llevado al hombre a cometer todo tipo de equivocaciones. Pero nos advierte: “ha habido un ingrediente adicional: algún método mediante el cual se ha evitado la retroalimentación de la realidad, de modo que un curso de acción peligroso podría continuar ciegamente hasta una conclusión fatal”.
En la visión de Sowell “los ungidos” son quienes están convencidos de ser moralmente superiores. No solo creen estar en lo correcto sobre su visión de la realidad, sino que se paran en un plano superior respecto de aquellos que no solo están errados, sino que son considerados moralmente perversos. Los ungidos hacen gala de su compasión y solidaridad por los menos afortunados como sello distintivo de sus opositores que siempre son considerados egoístas, insensibles e inclusive malvados.
Sowell agrega que la razón por la cual la visión de los ungidos sobre la realidad es inmune a la evidencia fáctica que la contradice, es que dicha visión estaría inextricablemente entrelazada con el ego de quienes la profesan. No se trata solo de la visión del mundo y su análisis causal, sino de una visión de sí mismos y del rol moral superior que ellos creen tener en el mundo. Para ellos, para los ungidos, la mayoría de los problemas del mundo no existen objetivamente sino que existen debido a que los otros no son tan virtuosos como ellos.
Desde el punto de vista psicológico, son soberbios quienes se sienten superiores y es considerado un síntoma de un trastorno de la personalidad narcisista y egocéntrica. La psicología también nos enseña que entre los síntomas de una persona soberbia, el más destacado es la convicción de que siempre hace todo bien junto con su incapacidad para asumir el error. Para él o ella, asumir que ha hecho algo mal, implicaría tener que cambiar la imagen que tiene de sí mismo y reconocerse imperfecto.
Solo desde esta perspectiva se puede entender el negacionismo intelectual que es inmune a la evidencia de que fue la economía de mercado la que sacó de la pobreza a millones de personas a partir de que los individuos tuvieron la posibilidad de negociar entre sí, sin tener que compartir una parte exagerada de sus ganancias con la corona.
Desde el punto de vista religioso, la soberbia es considerada uno de los siete pecados capitales, el original y más serio de todos, y la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo de ser más importante o atractivo que los otros. En el Paraíso Perdido, John Milton, sostiene que el pecado de la soberbia es cometido por Lucifer al querer igualar a Dios. Por su parte, el famoso teólogo norteamericano Jonathan Edwards nos advierte “la soberbia es la peor víbora que puede haber en el corazón, el mayor perturbador de la paz y el alma … Es el pecado más difícil de arrancar ya que es el que mejor se esconde. Muy a menudo e inconscientemente entra en la religión bajo el disfraz de la falsa humildad”.
Quizás la lógica de Raskólnikov, el protagonista de la famosa novela de Fiódor Dostoievsky, Crimen y Castigo, nos sirve de ejemplo para ilustrar este asunto. Raskolnikov es un hombre sensible, sumido en la pobreza, indignado por las miserias humanas que suceden a su alrededor. Ve, entre otras cosas, cómo una mujer apenas adolescente se prostituye para poder comer. Con delirios de grandeza y convencido que su destino es reparar las grandes injusticias humanas, imposibilitado de continuar con sus estudios por falta de dinero, y necesitado de hacerlo para poder lograr sus fines altruistas, asume que la sociedad se halla dividida por dos tipos de seres humanos. Aquellos superiores, como Napoleón, que tienen derecho a violar la ley e incluso cometer crímenes a fin de poder ulteriormente hacer el bien a la humanidad, y aquellos inferiores que deben estar sometidos a las leyes. Para poder hacerse del dinero para ir a la universidad toma la decisión de asesinar a una vieja usurera y también por considerarla un ser inútil para la sociedad. Es así que cuando ejecuta su plan le parte un hacha en la cabeza y se ve obligado a matar a la hermana que es testigo del asesinato.
La lógica de Raskólnikov nos ayuda a entender los motivos por los que, en pos de la defensa de los derechos de los más desposeídos, los políticos populistas sellen alianzas mafiosas sin que pareciera, sientan ninguna contradicción con sus altos sentimientos morales. A fin y al cabo a ellos los inspiran fines superiores que nosotros desconocemos.
Pierde de vista los políticos que comparten su idea pierden de vista que vivimos en un mundo egoísta y miserable, que son ellos los que hacen las reglas de juego. Esas reglas deben estar basadas en el conocimiento y aceptación de la naturaleza humana. No por nada el filósofo escocés David Hume dijo que las ciencias de todas las ciencias es la que estudia la naturaleza humana. Este filósofo, que basó sus estudios y conclusiones en la experiencia histórica, observó que en todas las épocas, en todas las latitudes, los hombres siempre buscaron los bienes para sí, para su progenie y para sus amigos. De ahí que concluyera que las reglas para organizar la sociedad debían partir de esa premisa.
El intento de cambiar la naturaleza humana es un despropósito utópico que ha fracasado una y otra vez a lo largo de la historia y terminado con millones de asesinatos.
Las reglas para organizar la sociedad no deben estar basadas en la solidaridad, sino en la aceptación de que los hombres buscan a través del trabajo la persecución de ganancias para satisfacer sus propios intereses. Debieran recordar las palabras de Adam Smith: “No es la benevolencia del carnicero o del panadero la que los lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses”. Y como dijo Ayn Rand “comerciar utilizando dinero es el código de los hombres de buenas intenciones porque el dinero se basa en el axioma de que cada uno es dueño de su mente y de su esfuerzo”.
Los soberbios se consideran moralmente superiores haciendo permanentemente gala de su sensibilidad por los más vulnerables y destacando ese rasgo de su personalidad como contrario al de los empresarios miserables y egoístas que solo quieren ganancias para sí. También tienen en común el autoritarismo, la intolerancia con las críticas y el considerar enemigos políticos a sus opositores. Lo paradójico es que todos ellos, sin excepción, siempre vivieron o viven en la opulencia mientras los pueblos que gobiernan, viven en la mayor de las miserias y sin libertad, o van camino a ella.
Demás está decir que los ungidos caen en una inocultable contradicción: mientras predican el altruismo para los otros, obtienen el poder político y las riquezas para sí, desempeñando de esa manera una conducta que condenan como inmoral cuando la practican otros, pero que sería moralmente aceptable cuando la practican ellos.
Como dijo Ernest Hemingway, el secreto del conocimiento es la humildad, una virtud de la que evidentemente carece una gran parte de la dirigencia política global. Lamentablemente, con el resurgimiento de los populismos, todo hace pensar, que ha humanidad seguirá transitando por el largo, interminable, triste y frustrante camino de la decadencia con consecuencias, tan impredecibles como peligrosas.