Principio de alteridad, solicitud y reciprocidad

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Alteridad El término alteridad viene del latín alter que significa "otro", y por tanto se puede traducir de un modo menos opaco como otredad. Considerado desde la posición del "uno" (es decir, del yo) es el principio filosófico de "alternar" o cambiar la propia perspectiva por la del "otro", considerando y teniendo en cuenta el punto de vista de quien opina.

La palabra proviene de la epistemología posterior a Kant. El pensador que le otorgó su más profunda significación fue Edmund Husserl, quien en su conferencia de 1929 hablaba de la alteridad y su idea de empatía que determinaría lo que conocemos como el conocimiento intersubjetivo.

Husserl reconoció que Descartes había llegado a las puertas de un gran descubrimiento al hacer su introspección que deduce que, si yo pienso, entonces yo existo. Sin embargo, Descartes no resolvió la contradicción que se produce por el hecho de que el conocimiento sería en consecuencia subjetivo, dado que es reconocido desde la interioridad de la consciencia de un sujeto en particular. Por consiguiente, dice Husserl, se perdió la oportunidad de indagar cuáles son los conocimientos a priori con los cuales puede contar el ser para adquirir un conocimiento que porte alguna verdad acerca del mundo que nos rodea.

Así, Husserl desarrolló la fenomenología como método para resolver éste y otros problemas relacionados con el saber.

Actualmente es frecuente ver referencias a Emmanuel Levinas, por ejemplo, en su compilación de ensayos bajo el título Alteridad y Trascendencia.

En términos generales, la “alteridad” se aplica al descubrimiento que el “yo” hace del “otro”, lo que hace surgir una amplia gama de imágenes del otro, del “nosotros”, así como visiones múltiples del “él”. Tales imágenes, más allá de las diferencias, coinciden todas en ser representaciones más o menos inventadas de personas antes insospechadas, radicalmente diferentes, que viven en mundos distintos dentro del mismo universo.

La alteridad hay que entenderla a partir de una división entre un “yo” y un “otro”, o entre un “nosotros” y un “ellos”. El “otro” tiene costumbres, tradiciones y representaciones diferentes a las del “yo”: por eso forma parte de “ellos” y no de “nosotros”. La alteridad conlleva ponerse en el lugar de ese “otro”, alternando la perspectiva propia con la de los demás.

Esta filosofía de la alteridad representa una voluntad de entendimiento que fomenta el diálogo y propicia las relaciones pacíficas. Si hay voluntad de alteridad, la integración podrá ser armónica, una persona podrá respetar a otra, un pueblo a otro, y ese diálogo, enriquecerá a ambos. En cambio, si no hay alteridad, la persona o el pueblo más fuerte domina al otro y terminará por imponer sus creencias. Es darme lugar a mí como otro de mí mismo, y no lo que a veces entendemos como alteridad que más bien es narcisismo que aborda esta visión como el darle lugar a los otros, es decir “yo” soy por encima de los otros y les doy su lugar.

La alteridad es, por lo tanto, una ruptura con la mismidad, supone acabar con la existencia de “lo otro”, para aceptar la existencia de diversos mundos, dando cabida a la diversidad.

Entendemos la alteridad como el principio filosófico de "alternar" o cambiar la propia perspectiva por la del "otro", considerando y teniendo en cuenta el punto de vista, la concepción del mundo, los intereses, la ideología del otro; y no dando por supuesto que la "de uno" es la única posible.

Son muchos los grandes filósofos del siglo XX que han entendido la alteridad como una manera de estar en el mundo y cómo nos relacionamos los seres humanos. Uno de los más influyentes ha sido Jean Paul Sartre que ha tratado la alteridad de un modo transversal en todas sus ideas respecto al ser humano. Algunas de estas disertaciones de Sartre en torno a la alteridad difieren del concepto de alteridad aceptado por la mayoría, una cosmovisión que no cae en la idea de que el sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia que defiende el individualismo, pero tampoco cae en un realismo a ultranza del concepto clásico de alteridad en el que se basan muchos dogmas religiosos y corrientes filosóficas.

Sartre, efectivamente, afirma la existencia del otro, pero lo reconoce situado, mediatizado por el mundo. Asimismo, defiende la existencia del otro como constitutiva de la identidad propia: la libertad del otro es el soporte de mi esencia “¿Por qué iba a querer apropiarme del prójimo sino, justamente, en tanto que el prójimo me hace ser? (Sartre,1954: 228). E igualmente, “Nuestra esencia objetiva implica la existencia del otro y, recíprocamente, la libertad del otro funda nuestra esencia”.

Alteridad y educación

Focalizando en el concepto de alteridad en la educación es necesario profundizar más en su interrelación: cómo a partir de la alteridad en la educación podemos combatir las desigualdades y trabajar, como proponía Paulo Freire, desde las diferencias. Educación nacida de una pedagogía de la emancipación partiendo de la alteridad y las particularidades de cada persona.

El ideal de educación universal parece la utopía a alcanzar en nuestra sociedad, siempre y cuando el modelo propuesto nazca desde las diferencias y se constituya desde la legitimación y reconocimiento de todas las identidades. No siendo así se incurre en el error de prácticas sociales excluyentes, que eliminan las diferencias e imponen un modelo “normalizado” desintegrador, donde todos los alumnos y alumnas deben alcanzar las mismas expectativas esperadas. Debemos partir de las diferencias evitando las relaciones asimétricas y la homogeneización, pero estamos en una sociedad donde las diferencias se asocian al déficit, a la desviación de la norma, estigmatizando y etiquetando a los sujetos.

“En los últimos tiempos, bajo discursos aparentemente progresistas, el argumento sobre las diferencias ha sido y es sutilmente reemplazado por el discurso de la diversidad, escondiendo renovadas políticas de homogeneización”, sostienen algunos autores.

Si nos seguimos centrando en las diferencias es porque realmente existe un grupo dominante que define un modelo único y determina las reglas del juego, resignándose a la existencia del otro pero exponiéndolo a una situación de desigualdad e inferioridad, excluyéndolo y apartándolo. En el espacio educativo se puede resumir de la siguiente manera: “En la institución educativa las diferencias se inscriben en relaciones de poder y saber, instalando la clasificación de los estudiantes y ejerciendo mayor control y regulación de la alteridad a través de la predicción de trayectorias escolares vinculadas con el fracaso escolar, atribuido a causas propias y naturales” (Kaplan, 1997 citado en Fernández, 2008).

Y no solo eso, no únicamente se excluye sino que se fomentan actitudes que retroalimentan esta situación a través de la competitividad, la rivalidad y la individualidad entre el grupo de iguales.

Pensar en una pedagogía de las diferencias implica una visión de la educación desde su carácter político y ético, como Paulo Freire apuntaba desde su papel transformador. El aprender a ser y el transmitir empieza desde la relación dialógica, desde la reflexión sobre las relaciones con el mundo y la inserción crítica en él; el verdadero papel del educador/a tiene que nacer desde la intervención docente solidaria. Ser un guía y acompañante que incite a la interrogación, proveedor de criterios para la opción pero nunca desde la imposición, tomando la causa del otro –educando – como propia y poder colocarse en su lugar.

El educador/a debe brindar su apoyo para transformar la dependencia hacia el proceso de reflexión y la acción autónoma, fomentar la capacidad de diálogo y reflexión crítica para que el otro pueda definir y sostener decisiones responsables.

La educación es el lugar de la relación, del encuentro con el otro. Por encima de contenido y otras historias, es su razón de ser. Necesitamos una educación que se nutra de la experiencia y de la alteridad, que nos permita vivir el encuentro con el otro desde la vivencia, desde el sentir, desde la sensibilidad, desde las posibilidades de ser cada uno y cada una, en verdadera democracia y libertad.

Debates sobre alteridad

Considerando la personalidad humana en su totalidad, la alteridad no es sólo cultural o geográfica, es una cuestión común a toda persona en cualquier lugar del planeta. Comienza dentro de las propias sociedades occidentales que están aun marcadas por el patriarcado de hombre blanco adulto heterosexual libre y productivo frente la mujer, el dependiente, la persona con otras opciones sexuales, diferente cultura a la dominante o minorías étnicas y religiosas. Este patriarcado se entrelaza con el capitalismo y el racismo que utilizan la opresión para justificar la acumulación de capital. Para que el capitalismo funcione tiene que existir una clase oprimida y/o que trabaje gratuitamente como los cuidados invisibles dentro del ámbito familiar, necesita esta división racial y colonial, ya que el sistema otorga diferentes niveles de humanidad a las personas según el género, la clase, la nacionalidad, la religión o la orientación sexual, entre otros. Se establece un sistema de clasificación jerarquizada donde la acumulación de riqueza se encuentra en los estamentos superiores. Para acabar con ello hay que luchar contra todas las cabezas del monstruo a la vez o se reconstituirá continuamente. Este desafío abarca todas las sociedades del planeta. Es necesario incorporar todos los discursos y estrategias de cualquier comunidad oprimida para conseguir la aplicación de los derechos humanos universales.

Hay que tener en cuenta todas las opresiones, no solo las que nos afectan a nosotros como sociedad concreta. Y, fundamentalmente, son las personas que padecen estas violencias las que deben decidir cual es la estrategia que quieren seguir para afrontarlas. Es necesario poner en marcha la Interseccionalidad, término acuñado por Kimberle Williams Crenshaw (1991). Esta teoría sugiere que es necesario ver todas las dimensiones que forman parte de una persona y estudiar todas las identidades solapadas que interaccionan a la vez, teniendo en cuenta que las violencias que sufre una persona no actúan independientemente, sino que están interrelacionadas creando múltiples formas de discriminación.

Al tratar el problema de forma global, las políticas deben diseñarse para preservar el derecho a la diferencia. La alteridad endógena y exógena requiere de una concreción en políticas de comprensión y tratamiento de esta diferencia de los “otros”.

Un punto de partida para estas políticas son las propuestas tanto teóricas como prácticas que se vienen llevando a cabo desde la Cultura de Paz, que parten del diálogo y no de la confrontación, de la solución consensuada de los conflictos y no de la imposición de un modelo vertical y jerárquico.

La percepción del otro como una amenaza a la seguridad propia, como una invasión que afecta a las costumbres locales y por lo tanto que genera una pérdida de identidad para la sociedad de acogida y que afecta a la economía local, entre muchas otras cuestiones, es una problemática social, que encuentra legitimidad en las políticas y normativas locales. En consecuencia, las instituciones se dotan de mecanismos administrativos y burocráticos que facilitan la exclusión legalizándola. Por lo tanto, el mecanismo a la inversa es posible y debe desarrollar políticas concretas que comiencen en el sistema escolar y se concreten en el lugar de trabajo o en el espacio público.

Solicitud

Una persona solícita es una persona espontánea, presta para hacer algo, para servir, para dar. El vocablo refiere a un individuo, rápido, servicial, afanoso, complaciente, esmerado, eficiente o eficaz, que actúa con diligencia, prontitud, cuidado y presteza, en especial para hacer una cosa o alguna actividad que alguien pide o manda.

El principio de solicitud implica por lo tanto esmerarse, hacer todo lo posible por lograr algo con diligencia y todo esfuerzo, con interés, con vehemencia y compromiso. Refiere a ser solícitos en el cumplimiento de nuestras responsabilidades, en el servicio a los demás. Actuar con cuidado, ser diligentes, serviciales, poniendo atención, cuidado y amabilidad en nuestras acciones.

Reciprocidad

La reciprocidad es la acción que motiva a corresponder de forma mutua a una persona o cosa con otra; dar y recibir con límites. Por ejemplo, cuando una persona ayuda a otra, luego recibirá lo mismo de su parte como compensación o agradecimiento.

Consiste en intercambiar cosas con otros para beneficio mutuo. Responder a una acción, favor o gesto con uno igual o similar. Este intercambio puede darse entre personas o entre organizaciones. Ejemplos de reciprocidad pueden encontrarse en la cotidianidad, dado que es un intercambio social arraigado profundamente en las costumbres sociales.

El principio de reciprocidad en lo que respecta a las relaciones internacionales y tratados de esta índole, se refiere a que las garantías, beneficios y sanciones que un Estado otorga a los ciudadanos o personas jurídicas de otro Estado, deben ser retribuidos por la contraparte de la misma forma.

Refiere a cuando un país asume junto a otro gobierno pautas, deberes y derechos con la condición de obtener un trato recíproco.

Con la reciprocidad, bien entendida, nos sentiremos más libres y más dueños de nuestras propias decisiones, aceptando y agradeciendo lo que otros quieran regalarnos. Entendiendo la reciprocidad de esta manera, nos estaremos permitiendo disfrutar de las relaciones y de todo lo que somos capaces de dar en ellas.

Ética de la reciprocidad

La regla de oro o ley de oro son denominaciones para un principio moral general que puede expresarse: “trata a los demás como querrías que te trataran a ti” (en su forma positiva) o “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti” (en su forma negativa, en esta forma también conocida como regla de plata). No consiste en la afirmación de determinadas conductas o en la imposición de valores afirmativos o positivos, como sucede en las doctrinas dogmáticas, sino que preconiza una dinámica de relaciones intersubjetivas basada en el sentido común y en el principio de no agresión.

Se encuentra bajo distintas formulaciones en prácticamente todas las culturas, filosofías y religiones, como una regla fundamental —la referencia al oro se hizo por su consideración como el más precioso de los metales—. Su universalidad sugiere que puede estar relacionada con aspectos innatos de la naturaleza humana. Quien la aplique tratará con consideración a todos los seres humanos, y no solo a miembros de su grupo.

Se considera a la regla de oro el punto de partida para la reflexión teórica y el proceso histórico que condujo a la formulación de los derechos humanos; aunque identificar ambos conceptos es anacrónico.

La primera enunciación escrita de la regla de oro se encuentra en un texto narrativo del Imperio Medio egipcio llamado Historia del campesino elocuente. En el griego Epicuro la regla de oro se entiende como ética de la reciprocidad: minimizar el daño, de los pocos y de los muchos, para así maximizar la felicidad de todos. También podemos encontrar esta idea en el evangelio según Marcos 12, 28b-34, donde Jesús dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

John Locke propuso los derechos a “la vida, la libertad y la propiedad”. Para Locke, el propio cuerpo es parte de los bienes de un hombre y, por tanto, sobre él se ejerce un derecho a la propiedad que teóricamente garantiza la seguridad de las personas al igual que la de sus posesiones. Posteriormente, este concepto fue recogido por la Ilustración y el pensamiento democrático posterior a la Revolución francesautilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill–.

George Bernard Shaw (1898) estableció una evidente precaución a la aplicación de la regla de oro en sentido activo o positivo: “no hagas a otros lo que quisieras que te hagan a ti. Sus gustos pueden no ser los mismos”. El filósofo alemán Hans Reiner (1896-1991) distinguía diferentes formulaciones de la regla de oro: la regla de empatía, que parte de nuestros deseos o temores (“lo que tú mismo temas, no lo hagas a los demás, lo que deseas para ti, hazlo a los demás”), y la regla de la equidad, que parte de nuestros juicios de valor (“lo que reprochas a otros, no lo hagas tú mismo; debes actuar como juzgas que los demás deben hacerlo”).

Thomas Nagel (1970) propuso repensar el altruismo de forma objetiva sobre la base de la ética de la reciprocidad. En los años 1990, Enno Winkler desarrolló un código de ética universal, en el que la regla de oro está incluido como un mandamiento para las relaciones interpersonales en ausencia de empatía: “¡Respeta al otro como a ti mismo!”.

Formulaciones pasivas o activas de la regla en distintas religiones

En la mayoría de las formulaciones, la regla de oro toma una forma pasiva o negativa, como la expresada en el judaísmo (“lo que es odioso para ti, no se lo hagas al prójimo”), en el zoroastrismo (“la naturaleza sólo es buena cuando no se hace a los demás nada que no sea bueno para uno mismo”), en el confucianismo (“no impongas a otro lo que no elegirías para ti mismo”) o en el budismo (“no hieras a los otros de una forma que tú mismo encontrarías hiriente”); aunque también las hay de forma activa o positiva, como en el taoísmo (“considera la ganancia de tu vecino como tu ganancia, y la pérdida de tu vecino como tu pérdida”), en el hinduismo (“trata a los otros como te tratas a ti mismo”) o en el mismo judaísmo (“amarás a tu prójimo como a ti mismo”).

En la cultura occidental cristiana, las fórmulas más divulgadas son dos frases de Jesús en que cita explícitamente la ley judía antigua: “amarás a tu prójimo como a ti mismo [...] todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas”; y un pasaje más extenso:

“Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; [...] como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada [...] Sed, pues, misericordiosos”.

Un hadiz islámico dice: “ninguno de vosotros habrá de completar su fe hasta que quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo”.

De Kant a Popper

La filosofía moderna, concretamente el racionalismo, despojó a la regla de oro de su contexto religioso y la convirtió en fundamento de la ética entendida como sistema de principios universales de convivencia que todos los hombres pueden compartir. Especialmente Kant, en su Crítica de la Razón Práctica, le otorga renovado vigor en la primera formulación del imperativo categórico: Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal. A través de la poderosa herencia ideológica kantiana, la regla de oro está presente en las tradiciones intelectuales del liberalismo y el iusnaturalismo racionalista, en las obras de Humboldt, Habermas, John Stuart Mill, etc.

Charles Darwin también la menciona con entusiasmo y admiración, como culminación y necesaria consecuencia de los instintos sociales humanos.

Por su parte, Karl Popper también se apoya en ella para justificar el ámbito de actuación de un Estado mínimo al enunciar, en La sociedad abierta y sus enemigos, su principio del utilitarismo negativo: el Estado no debe imponer afirmativamente determinadas conductas a los hombres, sino que sólo debe impedir que éstos se causen mal los unos a los otros (es decir, que hagan a los otros lo que no querrían para sí mismos).

Reciprocidad según la antropología

En antropología cultural, reciprocidad se refiere a la manera informal de intercambio de bienes y trabajo que se da en sistemas económicos informales de un pueblo.

La reciprocidad es la forma más común de intercambio en sociedades de economía que prescinde de mercado, esto es, que no hacen, venden o compran bienes o servicios. Dado que virtualmente viven en algún tipo de sociedad y que además cada uno tiene al menos posesiones, la reciprocidad se puede encontrar en todas las culturas.

El antropólogo estadounidense Marshall Sahlins identificó tres tipos de reciprocidad en su libro Economía de la Edad de Piedra (Stone Age Economics, 1972). Estas eran:

Reciprocidad positiva: involucra transacciones altruistas, donde la retribución no tiene que ocurrir en el corto plazo, y puede no ser retribuida. Se enmarcan dentro de la ayuda mutua entre parientes, sin expectativa de una retribución material. La obligación de corresponder es indefinida en tiempo, cantidad y calidad. Según Sahlins, “el lado social de la relación supera al material y, en cierto modo, lo encubre, como si no contara.”

Reciprocidad equilibrada Son intercambios directos basados en una equivalencia determinada con retribución inmediata. Suelen darse en arreglos matrimoniales y convenios de paz, trueques de productos y alimentos como los documentados por Malinowski en el Kula. La retribución debe darse en un plazo de tiempo definido.

Reciprocidad negativa: Es una relación en la cual se trata de obtener un beneficio a expensas de la otra parte. Incluye al regateo, la trampa y el robo. Los participantes tienen una relación estructural social distante, presentan intereses opuestos y buscan maximizar su beneficio. En todo caso, es una relación entre grupos distantes y simétricos.

Bancos de tiempo

Un banco de tiempo es una iniciativa comunitaria de intercambio de tiempo, que emula simbólicamente el funcionamiento de un banco, pero en el cual aquello que se "presta" y se "recibe" es tiempo dedicado a servicios a las personas. Este mecanismo de intercambio multilateral tiene por objetivo establecer una red de ayuda mutua y reforzar los lazos comunitarios de un barrio, pueblo o ciudad.

Son grupos de personas motivadas para intercambiar sus saberes, dedicándolos a tareas puntuales de atención a las personas: niños, gente mayor, gente enferma, etc., fomentando así la oportunidad de conocer y confiar en los otros. Los intercambios más habituales se refieren a actividades socio-culturales, o a actividades relacionadas con las necesidades de la vida diaria.

Este mecanismo, facilitador de intercambios voluntarios basados en la confianza, constituye una herramienta de regeneración de las comunidades que permite la convivencia cooperativa y la autonomía personal.

La reciprocidad o multirreciprocidad es uno de los pilares de los bancos de tiempo. Todos sus usuarios se benefician y se generan redes de apoyo social más talentosas y justas, ya que todos tienen la opción de dar y recibir.