Diálogo y conversaciones de calidad
Según el filósofo español Raimon Panikkar, en vez del diálogo dialéctico, que se rige por la ley de las dicotomías, la racionalidad instrumental y la necesidad de que al final del mismo haya vencedores y vencidos, debemos intentar el diálogo dialogal, que no se propone convencer al otro sino que se trata de un aprendizaje de la lengua ajena –mitos, símbolos, idiomas, costumbres– para después intentar un aventurarse juntos en lo desconocido.
Todo ello, además, sobre la base de que al otro no se lo puede conocer sin antes quererlo, sin sentir que no es un extranjero sino una parte de uno, y sin entender que la vida ni se rige por la lógica ni es totalmente inteligible. Es importante considerar que hay, o puede haber, otras entidades además de aquellas que tomamos en cuenta. El "yo" no puede agotar lo real, no es el centro. Es por ello que toda sociedad debe estar abierta y no cerrarse en su propia autointerpretación. Se debe ser capaz de aceptar un punto trascendente incomprensible, para así poder superar el esquema hegemónico del "yo" como el poseedor de una razón unitaria.
Cuando se presenta el conflicto pluralista, la manera de solucionarlo no es a través de que alguna de las partes trate de convencer a la otra, sino a través del diálogo, es decir, que el otro no es sólo uno, mero objeto de mi conocimiento, sino otro en sí mismo, que es una fuente de comprensión y no necesariamente comprensión reducible a la mía propia. Es tratar de encontrar un valor superior, que las dos partes reconozcan y que ninguna controle. Por tal razón, la actitud pluralista no asume, de antemano, situaciones no negociables. En cada caso implica una nueva creación. No se puede olvidar que el otro puede ver las cosas bajo perspectivas diferentes y, por lo tanto, necesita tratarlo de manera distinta. Las instancias de diálogo sostenidas en el tiempo promueven la construcción de capital social, que depende en gran medida de la construcción de confianza y postula la honestidad intelectual como un valor inclaudicable.
John Stuart Mill creía que la búsqueda de la verdad requería la combinación de ideas y proposiciones, incluso aquellas que parecen estar en oposición entre sí. Nos instó a permitir que otros hablen y luego a escucharlos por tres razones principales: • En primer lugar, la idea de la otra persona, por controvertida que parezca hoy, podría resultar correcta. ("La opinión puede ser cierta").
• En segundo lugar, incluso si nuestra opinión es en gran medida correcta, la mantenemos de forma más racional y segura como resultado de ser desafiados. ("El que conoce sólo su lado del caso, sabe muy poco de eso").
• En tercer lugar, y en opinión de Mill, es probable que los puntos de vista opuestos contengan cada uno una parte de la verdad que debe combinarse. ("Las doctrinas en conflicto comparten la verdad entre ellos”).
El poder de la palabra ha sido tradicionalmente conocido por las comunidades étnicas: saber dialogar implica saber decir y saber escuchar. Como también lo dice el Papa Francisco, “todo diálogo es una conversación: de ida y vuelta de planteos, de escuchas, de aperturas donde la paz y la amistad social necesitan de la justicia social y de responsabilidad respetuosa de las diferencias”.
Si la cultura del encuentro conlleva al encuentro de culturas, el “diálogo de saberes” supone un proceso de relación horizontal, en el que todos los saberes son reconocidos y no se supone un único discurso válido, se ponen en interacción dos lógicas diferentes: la de conocimiento científico y la del saber cotidiano, con una clara intención de comprenderse mutuamente y que implica el reconocimiento de otro sujeto diferente, con conocimientos y posiciones diversas. Alcanzar este propósito requiere un cambio en el paradigma de la educación.