Bienes sociales

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Bienes sociales o bienes públicos

Un bien es público cuando tiene la misma calidad para todos. Una sociedad es más equitativa cuantos más bienes públicos tiene y dispone.

Si el objetivo de las políticas públicas es promover y asegurar el bienestar colectivo, el fin último de ese bienestar debería expresarse en el nivel de felicidad que alcanzan los habitantes de una sociedad. Por lo tanto, la evaluación de una gestión pública debería medirse a partir de la capacidad de crear las condiciones de factibilidad para convertir a la felicidad en un bien publico.

Son en todos los casos bienes que satisfacen necesidades públicas o colectivas. Bienes esenciales o muy importantes para la colectividad en los que no se puede aplicar el principio de exclusión (no se puede excluir de su consumo a los usuarios que no estén dispuestos a pagar por ellos el precio correspondiente), como la seguridad, la defensa o la sanidad e higiene públicas.

También se les denomina bienes de consumo conjunto, de consumo colectivo, indivisibles o de consumo no rival. Por las dificultades técnicas que en ellos comporta la fijación de precios, su provisión no le puede ser confiada al mercado.

En la actualidad, el modelo de producción y acumulación de riqueza económica que se conoce con el nombre de capitalismo –basado en la eficiencia, la eficacia y el libre mercado–, que tan buenos resultados en términos de inclusión brindó a millones de personas por décadas durante el siglo XX, no es un modelo exportable. Por lo cual, los recursos naturales han pasado a ser considerados bienes sociales por su altísimo nivel de escasez. Para seguir consumiéndolos al ritmo al que las sociedades más avanzadas lo venimos haciendo hasta hoy, no alcanzan 4 planetas Tierra (así lo afirma el conocido biólogo de la biodiversidad, Edward Wilson, en su libro El futuro de la vida). Es imposible que las casi 8000 millones de personas que habitamos este planeta podamos disfrutar del confort promedio de cualquier neoyorquino, parisino, porteño o berlinés, simplemente porque si lo hiciéramos en muy poco tiempo se agotarían todos los recursos. De modo que uno de los grandes desafíos que se nos presenta hoy es que estamos abandonando el paradigma de la administración de la escasez –que fue uno de los principales objetos de estudio de la economía hasta nuestros días[1]–, para comenzar a entender y aprender a convivir en un planeta y en sociedades en las cuales los recursos son finitos. Aunque siempre lo fueron, pareciera que recién ahora estamos tomando cuenta que la naturaleza no puede ser considerada un mero recurso más, sino que debe ser considerada como fuente de vida y salvaguarda de los ecosistemas.


[1] Durante toda la historia de la humanidad, algunos recursos naturales como el aire y el agua fueron considerados como infinitos, por lo tanto carecían de valor económico. A través de la ley de oferta y demanda, el mercado establecía las reglas del juego y definía los parámetros de asignación de valor para cada producto o servicio. De allí surgía “el precio”, que no es otra cosa que el valor económico expresado en dinero, pero sin tener en cuenta el costo de reposición de esos recursos naturales consumidos y las “externalidades”, que son aquellos costos de algún bien o servicio que no son reflejados en el precio de los mismos.