Principio de belleza

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La belleza es una noción abstracta ligada a numerosos aspectos de la existencia humana.

Vulgarmente la belleza se define como la característica de una cosa que a través de una experiencia sensorial (percepción) procura una sensación de placer o un sentimiento de satisfacción. En el arte brilla la belleza de una manera especial, pues es el testimonio más perfecto de la capacidad humana para captar la belleza intuitivamente. En este sentido el arte es una ventana abierta en el mundo material que permite al hombre vislumbrar un rayo de la belleza espiritual, eternal, sin embargo lo bello, como transcendental, tiene un alcance mucho mayor que el arte.

La percepción de la «belleza» a menudo implica la interpretación de aquello que está en equilibrio y armonía con la naturaleza, y puede conducir a sentimientos de atracción y bienestar emocional. Debido a que constituye una experiencia subjetiva, a menudo se dice que «la belleza está en el ojo del observador». En su sentido más profundo, la belleza puede engendrarse a partir de una experiencia de reflexión positiva sobre el significado de la propia existencia. Podría remontarse a la propia existencia de la humanidad como una de sus cualidades mentales. La escuela pitagórica vio una importante conexión entre las matemáticas y la belleza. En particular, notaron que los objetos que poseen simetría son más llamativos. La arquitectura griega clásica está basada en esta imagen de simetría y proporción. Platón realizó una abstracción del concepto y consideró la belleza una idea, de existencia independiente a la de las cosas bellas. Según la concepción platónica, la belleza en el mundo es visible por todos; no obstante, dicha belleza es tan solo una manifestación de la belleza verdadera, que reside en el alma y a la que solo podremos acceder si nos adentramos en su conocimiento.

Sto. Tomás encuentra tres elementos que constituyen la belleza:



La integridad: el hecho de ser completo, perfecto, lleno, o sea, de contar con todos los aspectos y partes con que uno aparece como un todo, indivisible, idéntico a sí mismo.

La claridad: la presentación de la propia inteligibilidad, luminosidad, esplendor, la transparencia de la forma o la «luz» que facilita al intelecto el poder conocerla, lo que le hace verdadero;


La proporción: el ajuste, el equilibrio, la justa medida, la simetría que es unidad en la multiplicidad de sus elementos y que se armoniza con su propia naturaleza, haciéndolo deseable, bueno.


En relación con todo el espíritu (emoción, intelecto, voluntad), la belleza es un gozo que se experimenta al contemplarla por causa de su esplendor (integridad, claridad, proporción).
 Un ente es, pues, hermoso de contemplar porque posee y en la medida en que posee integridad, claridad y proporción, es decir, en la medida en que es uno, verdadero y bueno. «Ens et pulchrum convertuntur»: ser ente significa ser bello y será tal en tanto en cuanto deleita a Dios, que es la Suprema Belleza. El hombre es el ente más bello de la creación, por estar hecho a imagen de Dios y ser objeto directo de su complacencia. Por constituir la armonía de los demás aspectos de la realidad –unidad, verdad y bondad–, se ha llamado a la belleza «la síntesis de los trascendentales».



La belleza, generalmente, se ha asociado con el bien. En su obra Las afinidades electivas, Goethe declara que la belleza humana actúa con mucha mayor fuerza sobre sentidos interiores que sobre los externos, de modo que lo que él contempla está exento del mal y sienta en armonía con él y con el mundo.

En el arte brilla la belleza de una manera especial, pues es el testimonio más perfecto de la capacidad humana para captar la belleza intuitivamente. Es una ventana abierta en el mundo material que permite al hombre vislumbrar un rayo de la belleza espiritual, eterna. Sin embargo lo bello, como transcendental tiene un alcance mucho mayor que el arte.