¿Qué es la pulsión de vida y la pulsión de muerte?
La pulsión de vida y la pulsión de muerte son dos impulsos que nos recorren a nivel físico y psíquico, y que se expresan y reconocen a través de las ganas que sentimos o dejamos de sentir.
La pulsión de vida es una energía que nos ayuda a construir todo aquello que le da sentido a nuestra existencia; son impulsos que nos llevan a relacionarnos con nuestras cuestiones más vitales, y están representados por nuestras ganas de amar, de apostar a un porvenir, un futuro mejor, de armar una familia, de llevar adelante proyectos, etc.
Pero hay otra energía que nos impulsa en la dirección opuesta y que nos lleva a buscar el dolor. Todo ser humano encuentra una cierta satisfacción en el dolor. Para comprenderlo, basta con rememorar lo que hemos hecho en algunos momentos dolorosos de nuestra vida. Nos deja alguien que amamos y lo primero que hacemos es ir a leer viejos mails, a mirar fotos, a poner la música que escuchábamos juntos, a recordar. Esa fuerza, que de un momento a otro se ha instalado en nosotros, nos exige a gritos que nos sumerjamos en un mundo en el que el dolor duele cada vez más. De repente se apodera de nosotros una energía que se alimenta con nuestro dolor y se satisface con nuestro sufrimiento, a eso se le llama pulsión de muerte.
Muchas veces pensamos que vamos en la búsqueda del placer, y en realidad estamos yendo en la dirección contraria, la del displacer: situaciones que no tienen nada que ver con la vida, que nos ponen en riesgo, muchas veces al borde del peligro, y que resultan grandes seductoras para la pulsión de muerte.
¿Cómo resuelve la voluntad esta pelea entre las dos pulsiones?
La pulsión de muerte es muy tentadora. Nietzsche decía que miramos el abismo hasta que en un momento el abismo nos mira a nosotros. Es esa pulsión que aparece cuando nos asomamos a un vacío y pensamos: “Y si me tiro, ¿qué?” En ese momento, en nuestra fantasía no medimos las consecuencias del acto.
Esto nos sucede por la fascinación que sentimos por el horror que nos brinda la pulsión de muerte, y que es algo que tenemos que aprender a resistir, porque una vez que te atrapa no te suelta fácilmente. La pulsión de muerte es siempre una tentación peligrosa y dañina.
Ejemplo: sé que no tengo que hablar con tal persona porque me hace mal, pero igual quiero saber cómo está, entonces la llamo, y diez minutos después termino discutiendo, suplicando y termino cayendo en los brazos del dulce sufrimiento que me produce la pulsión de muerte (sobre todo porque ya sabía de antemano que de esa conversación nada bueno iba a salir, ni nadie iba a salir bien parado).
Cuando uno se analiza, sabe que cuando se presentan este tipo de situaciones lo más probable que es uno se quede atrapado en su propio juego, en su propio sufrimiento. Aunque no siempre se tiene éxito en esta tarea, cuánto uno más se conoce, más fácil es lograr no entrar. Pero para eso, hay que conocer el juego y comprenderlo desde el principio, porque la pulsión de muerte siempre es desmesurada, y te conduce a extremos de dolor extremadamente destructivos e incalculables, y si bien engañosamente te promete más placer, hay que entender que en realidad lo único que sucede es que te depara más dolor (como la fábula de la loba hambrienta, que cuánto más comía más hambre sentía).
También es importante saber que hay un límite para el disfrute y para el placer, porque si no se hace presente el límite que cuida, ese sentimiento se convierte en dolor, sufrimiento y destrucción. Y esto uno lo puede ver en las personas que se extralimitan, donde al principio parece que la están pasando bien, y después, por la falta de límite, terminan destruidas.
Esto es lo que técnicamente se conoce con el nombre de “goce”.
En este sentido, es importante tener en cuenta que de la misma forma que en la vida podemos construir, si vamos en la dirección contraria, sin lugar a duda terminaremos destruyendo valor y valores. Construir te puede llevar toda una vida, destruir un solo instante. Debemos tomar conciencia de que somos terriblemente imperfectos y contradictorios, y que tenemos que aprender a convivir con esta realidad que nos obliga a aprender a discernir lo que está bien de lo que está mal, aquello que nos conviene de aquello que no.
Gandhi ponía el acento en los factores que destruyen al ser humano. Por su parte, Bauman hacía referencia al concepto de maldad líquida, todos temas que están directamente vinculados con nuestros puntos ciegos y con nuestra sombra tanto a nivel individual como colectivo. Justamente por eso es tan importante comprender la dimensión espiritual de nuestra experiencia como seres humanos.
¿Por qué goce?
Porque en el goce se hace presente un placer destructivo y masoquista.
El goce representa esa cuota de masoquismo que recorre a todo sujeto humano. El goce no es placer, el goce te atrapa por completo y está más allá de tus posibilidades racionales de combatirlo, es doloroso y te pone en riesgo.
El no saber cómo uno volvió a casa después de una noche de parranda, no tiene nada de gracioso, ni de lindo, ni de bueno, ni de placentero. Todo lo contrario. Uno vuelve quebrado, con dolor de cabeza y resaca; ahí es cuando el placer de compartir una copa de vino con amigos se volvió dolor, sufrimiento y goce.
Y con esto hay que tener mucho cuidado, porque la pulsión de muerte ronda nuestra mente en la búsqueda de objetos y personas para darles vuelta alrededor y apropiárselos, con el fin de satisfacerse en ese recorrido de aquello que supuestamente va a disfrutar.
Con respecto al deseo, que por el contrario, cuando no se convierte en una tentación siempre forma parte de la pulsión de vida, es importante saber de antemano que nunca se va a cristalizar, porque inmediatamente se cristaliza, desaparece, deja de existir.
La persona que amamos no es la que nos completa, sino la que sostiene nuestra falta en un nivel tal que no duele. En este sentido, es una experta en sostener nuestra insatisfacción en un nivel tolerable que no nos lastima, entonces sí puede aparecer el placer.
Del mismo modo, cuando la pulsión de muerte encuentra un objeto y empieza a rodearlo, por ejemplo: un ex que ya no me ama, y en consecuencia me desprecia, me humilla, y me maltrata, la pulsión de muerte sabe que ahí se va a satisfacer porque va a encontrar el sufrimiento que estaba buscando. Entonces nos lleva derecho a dar vueltas alrededor de ese objeto para seguir dando vueltas y más vueltas sin detenerse ni parar.
Es ahí cuando nos preguntamos: “¿Cómo puede ser que dentro de nosotros haya un impulso que nos lleva en la búsqueda de nuestra propia destrucción?”
A pesar de que esto nos parezca muy loco, o muy irracional, no es más que otro correlato de aquello que pasa en nuestra vida biológica, en la que por la información genética que llevamos dentro y por la observación de la realidad, sabemos que en algún momento nos vamos a morir. De la misma forma, nuestra psique contiene una pulsión de muerte que le dice que tiene que sufrir. Por eso es que hay que cuidarse tanto de las relaciones patológicas y tanáticas.
Uno tiene que estar muy atento a ese tipo de vínculos donde uno ya sabe que va a aparecer algo del disfrute en el dolor, como por ejemplo, cuando uno dice: “Esto ya me pasó, yo ya tuve una relación así, a mi ya me gritaron, a mi ya me dijeron que no me quieren, a mi ya me trataron con indiferencia, esto ya lo conozco porque ya lo viví. ¿Entonces por qué vuelvo?”
Porque la pulsión de muerte es repetición.
La pulsión de muerte te invita todo el tiempo a repetir el encuentro con algo que lastima, por eso los seres humanos somos un objeto maravilloso para la pulsión de muerte, porque a la hora de lastimar, somos especialistas en producir dolor.
¿Y cómo juega la fuerza de voluntad en todo esto?
Hay que entender que la voluntad no tiene una importancia muy grande en nuestro funcionamiento psíquico. Lo que no quiere decir que uno no tenga que hacer un esfuerzo.
Vivir es hacer un esfuerzo, mejorar es hacer un esfuerzo.
El ser humano no nació para mejorar.
Si al ser humano lo dejamos no hacer nada, nos ofrece su peor versión, y cada vez se comporta peor. Si uno se abandonara a lo que siente y tiene ganas, a su supuesta “naturaleza humana” tan reverenciada en estos días, uno sería cada vez peor, dejaría salir la agresión, el enojo, la ira, todo sentimientos que encarna esa pulsión de muerte que llevamos dentro y que después, incluso, podemos llegar a proyectarla sobre alguien y golpearlo hasta matarlo.
Las buenas personas se esfuerzan mucho.
Por eso es que el ser humano debe hacer un esfuerzo por no caer en las garras de la pulsión de muerte.
Sin embargo, una cosa es esforzarse, y otra muy distinta es creer que las cosas dependen de la voluntad, porque eso sería ignorar que a todos nos recorren mecanismos inconscientes que establecen y definen algo muy importante: que cuando uno siente que quiere una cosa, una parte de uno efectivamente quiere esa cosa, pero hay otra parte que quiere otra diferente. Como con la gimnasia, una parte de uno quiere hacer ejercicio para sentirse bien y está dispuesta al sacrificio, sin embargo, también hay otra que no lo quiere hacer, que se resiste y elige lo contrario.
Para poder hacer primar la voluntad, uno tendría que tener un solo deseo, un solo impulso. Pero hay una parte que una cosa y otra que no lo quiere, entonces uno tiene que decidir a cuál de las dos partes satisface.
Nos ponemos con ímpetu a trabajar en una dirección, pero al rato nos damos cuenta de que quedamos atrapados por la fuerza de la otra parte que no quiere y que avanza en la dirección contraria. En este sentido, la conclusión es que el ser humano es un ser ambivalente y vive en eterno conflicto entre deseos que son contradictorios y además están enfrentados.
La voluntad nos sirve para conocernos e intentar armar y organizar una vida en la que transitemos por el camino del deseo y no del dolor. Apuntar solo al voluntarismo es tenerle demasiada fe al ser humano. Es no entender que es básicamente contradictorio y conflictivo, y que poner voluntad no es tan sencillo.
Apelar a mecanismos mágicos, como por ejemplo, creer que si deseamos algo lo vamos a atraer, es mentira. Si deseamos algo y lo conseguimos, es porque fuimos hacia allá, no porque lo atrajimos. Eso es intentar alcanzar el deseo, ir avanzando paso tras paso en la dirección deseada hasta lograr aquello que hemos definido como un objetivo o una meta.
En definitiva, como el ying y el yang, la pulsión de vida y de muerte son dos caras inseparables de la condición humana.