Respeto por la singularidad
La singularidad puede ser descrita como la cualidad que una persona o un ser vivo puede poseer para diferenciarse del resto de sus semejantes. Por ejemplo, podemos hablar de singularidad de una planta que presenta un tipo de características diferentes a las del resto de su tipo, o un animal que, por ejemplo, en vez de tener la piel de un color, presenta una tonalidad distinta. En el caso del ser humano, el concepto de singularidad es mucho más complejo, ya que se aplica a elementos o rasgos de la personalidad. Se suele decir que una persona es singular, o que tiene la cualidad de la singularidad, al distinguirse de sus pares en aspectos como el comportamiento, los modales, la ética, las costumbres, la forma de hablar, de vestirse, de peinarse, etc.
En muchos sentidos, la sociedad actual y globalizada tiende a anular fuertemente las posibles singularidades que cada individuo puede llegar a desarrollar. Ante la amenaza de que la globalización borre las diferencias y opaque las singularidades, empobreciendo las diversas configuraciones simbólicas que expresan las diferentes posibilidades de ser y estar en el mundo, las identidades culturales han buscado reforzar su presencia bajo la irrupción de la multiculturalidad, del ejercicio de la diferencia (la irremediable otredad que padece lo uno, que profesaba Antonio Machado), del derecho al reconocimiento del otro, con todo lo que eso significa.
Abrazar la propia singularidad es una enorme oportunidad para descubrir nuestra originalidad y alinear nuestros múltiples intereses con nuestra vocación, nuestro propósito y nuestro llamado, comprendiendo al mismo tiempo la importancia de la complementariedad con la singularidad de los otros, que está íntimamente relacionada con el vector cooperación, y alude al hecho de que los diversos roles deben ser complementarios entre sí, para que los miembros de una comunidad puedan cooperar en la realización de una misma tarea.