Variable de ajuste
Como ya es de público conocimiento, alcanzar o tener “todo” no se puede.
Siempre que se quiere llevar adelante un proyecto, para alcanzar el objetivo deseado tendremos que estar dispuestos a pagar un precio y algo que sacrificar.
La escasez y la finitud de los recursos nos obligan a tener que enfrentarnos con una realidad unívoca, que pone en juego nuestra omnipotencia y nos empuja a tener que elegir.
Sin embargo, todos llevamos dentro un perverso polimorfo que nos invita a querer tenerlo todo, todo el tiempo y, además, como si esto fuera poco, de forma completamente gratuita (aunque, en realidad, para ser más precisos deberíamos decir: “de forma no arancelada”, pues como ya sabemos, el almuerzo nunca es gratis, siempre hay alguien que lo paga).
Muy a pesar nuestro, tarde o temprano, los seres humanos siempre tenemos que enfrentarnos con el límite, parte esencial de la condición humana. Como dice Santiago Kovadloff: “¡lo que nos aterra, es saber que uno solo, todo, no!”
Elegir es sinónimo de optar, preferir, escoger, seleccionar, y para poder elegir primero tenemos que evaluar, sopesar, estimar o justipreciar. Una vez que nos hemos sumergido en esta tarea, en algún momento tendremos que tomar la decisión de seleccionar cuál de todas las variables que hemos ponderado será aquella que estaremos dispuestos a sacrificar en pos de poder alcanzar la meta esperada. Dicha variable, esa que estamos dispuestos a sacrificar, es la que denominamos variable de ajuste.
El ingreso a la vida adulta nos enseña que respetar determinados límites nos cuida, y que esto implica estar dispuestos a renunciar a algunas cosas para poder disfrutar de otras. Estar obligados a tener que elegir nos presenta siempre un dilema doloroso para nuestro ego. Sin embargo, si no logramos abandonar la idea de que nos merecemos todo, nunca podremos alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto, ni avanzar en la vida.
En la aventura de aprender a elegir, hay tres variables o dimensiones que nunca van de la mano: precio, dinero y calidad. Si disponemos de poco tiempo, y no estamos dispuestos a resignar calidad, entonces la variable de ajuste deberá ser el dinero. Esto implica que en la búsqueda de intentar satisfacer nuestro deseo en forma inmediata, o en el corto plazo, tendremos que estar dispuestos a pagar un precio mucho más alto del que hubiéramos conseguido disponiendo del tiempo necesario. Por el contrario, si disponemos de mucho tiempo, y estamos dispuestos a sacrificar un poco de calidad, es muy probable que no necesitemos de tanto dinero y logremos alcanzar nuestro objetivo de una forma más razonable y de acuerdo con los precios de mercado. La relación que se establece entre estas tres variables entre sí, nos permite comprender que cada una de ellas se encuentra íntimamente ligada a las otras dos.
A estas tres variables de ajuste –el tiempo, el dinero y la calidad– podríamos calificarlas de legítimas, ya que la preferencia de alguna de ellas por sobre las otras dos no afecta a nadie en particular. Es decir, nadie sale perjudicado.
Sin embargo, existe una cuarta variable de ajuste muy conocida por todos que es el bienestar o la calidad de vida de las personas. Cuando lideramos un equipo humano y no respetamos su capacidad de carga, nos encontramos frente a una situación de abuso de autoridad que comienza por romper la validación interna que necesitamos para poder operar con legitimidad, y que termina por arrasar con la convivencia, la construcción de confianza y la cultura de paz. Por lo tanto, usar a las personas como variable de ajuste no es una opción válida.
Muchas veces nos planteamos objetivos que están muy alejados de nuestras posibilidades. Esto sucede cuando dichos objetivos no cumplen con los requisitos que exigen, por ejemplo, los principios de realidad, razonabilidad, equilibrio y ética del cuidado. En este caso, en vez de encontrarnos frente a una elección, estaremos inmersos en una pretensión que tarde o temprano se convertirá en tentación. La diferencia entre un deseo legítimo y una tentación, es que cuando llevamos adelante un deseo legítimo, su concreción no genera perjuicio para nadie. Si, por el contrario, el deseo no es legítimo, entonces nos encontramos frente al precipicio de la tentación, que siempre nos obliga pagar el alto precio que conlleva la transgresión. Por lo tanto, es muy importante poder discernir aquello que nos hace bien de aquello que nos hace mal, y dentro de dicho contexto, poder elegir aquello que nos conviene de aquello que no, porque lo que se pone en juego es nada más ni nada menos que la dignidad.
Solo las personas que aceptan los límites que impone la realidad son las que podrán alcanzar sus sueños y aspiraciones más elevadas, y transformarlas en proyectos exitosos tanto a nivel personal como colectivo. No respetar los límites, exceder la capacidad de carga de los sistemas humanos o de los ecosistemas naturales, tiene como consecuencia la pérdida y destrucción de valor y valores, con las nefastas consecuencias que esto conlleva.