De Magister a Practitioner: el dilema del aprendiz

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Todo lo que deberías saber como profesional y tus profesores de la universidad nunca te enseñaron

Un magister o máster es un profesional que completó con éxito sus estudios de posgrado en una universidad pública o privada, o en un centro de educación superior homologado.

Las maestrías tienen una duración de uno a dos años y se cursan tras finalizar una carrera de grado. Estos programas están diseñados para ampliar y desarrollar conocimientos específicos que permitan abordar problemas tanto disciplinarios como interdisciplinarios. Además, buscan dotar a quienes los realizan de herramientas fundamentales para la investigación en un área específica, permitiéndoles profundizar teórica y conceptualmente en dicho ámbito.

Existen numerosas maestrías que varían según el área de estudios a la que pertenece el programa. Algunos ejemplos son

  • MBA (Master of Business Administration) Maestría en Administración de Negocios).
  • M.Sc. (Master of Science) Maestría en Ciencias.
  • M.Arch., (Master of Architecture) Maestría en Arquitectura
  • M.Eng. (Master of Engineering) Maestría en Ingeniería
  • MII (Magister en Ingeniería Industrial) Maestría en Ingeniería.
  • M.A. (Master of Arts) Maestría en Artes.
  • MFA (Master of Fine Arts) Maestría en Bellas Artes.
  • M.Jur. (Magister Juris) Maestría en Jurisprudencia.
  • LL.M (Legum Magister) Maestría en Derecho)
  • MCL (Master of Civil Law) Maestría en Derecho Civil.
  • MEd (Master of Education) Maestría en Educación.

Además, existen otros programas de maestría menos extendidos, que incluyen:

  • MBE (Master of Business Engineering) Maestría en Ingeniería de Negocios.
  • MEE (Master of Energy Economics) Master en Economía Energética.
  • MGE Maestría en Gestión Educacional, Gestión Educativa o Gestión de la Educación.
  • MIM (Master in Management) Maestría en Gestión
  • M.Inv o M.Res: (Master of Research) Maestría de Investigación.
  • PSM: (Professional Science Master's) Maestría en Ciencias Profesionales.

Salir al mercado

Muchos profesionales, al completar sus estudios de grado, optan por realizar una maestría dedicándose a esta tarea a tiempo completo. Como resultado, postergan su ingreso al mercado laboral hasta finalizar dichos estudios, lo que usualmente ocurre hacia los 25 años. En ese momento, aspiran a ocupar posiciones importantes dentro de las organizaciones: gerentes de área en empresas grandes, managers en empresas medianas o intentan dedicarse a la consultoría. Incluso hay quienes pretenden formar parte de los altos mandos.

Considerando los años de dedicación y el dinero invertido en su formación académica, estas expectativas podrían ser comprensibles. Sin embargo, cuando se enfrentan al mercado laboral muchos descubren que sus títulos no bastan sino están respaldados por experiencia práctica que les permita ocupar dichos cargos con idoneidad. Esto los frustra, ya que no logran conseguir el puesto de trabajo que imaginaban y tanto deseaban.

Si bien este es un desafío que deben enfrentar casi todos los jóvenes profesionales, hay algunas profesiones que tienen altos niveles de empleabilidad - ingenieros, abogados, contadores, administradores de empresa, licenciados en marketing, entre otros-, mientras que para otras, especialmente cuando se trata de carreras relacionadas con las ciencias sociales y humanidades, conseguir empleo se vuelve crítico -egresados de ciencias políticas, relaciones internacionales, filosofía, letras, psicología, sociología, antropología, educación, historia, relaciones públicas, diseño, comunicación social, publicidad y profesorados de todo tipo-.

Aun así, en ambos casos existen excepciones. Algunos jóvenes talentosos completan sus estudios de grado y posgrado, y logran luego puestos de trabajo muy buenos en organizaciones prestigiosas de los tres sectores, donde desarrollan carreras exitosas. Y también muchos otros entrenan su músculo académico y toman sus estudios con seriedad y rigor; incluso con pasión, y trabajan al mismo tiempo que cursan su carrera. En el extremo opuesto están los “acomodados”, que nunca tienen que pasar por las penurias de quién sale al mercado laboral sin tener un padrino que lo sostenga. No obstante, lo que aquí nos ocupa no son los casos individuales sino el contexto general, lo cual nos plantea interrogantes clave:

¿Qué fomenta el sistema educativo y social? ¿Cuál es la cultura laboral imperante?

En líneas generales, los jóvenes profesionales enfrentan desafíos comunes, cuyas causas pueden obedecer a diversos factores:

  • Falta de vocación y postergación del ingreso en la vida adulta

A menudo las carreras universitarias se eligen más para cumplir con la presión social de pasar por la universidad que por vocación. Finalizados los estudios, muchos jóvenes deciden realizar una maestría o un posgrado como una forma de “ganar tiempo” antes de ingresar al mercado laboral. De este modo, si bien logran obtener algún título de grado, también postergan el ingreso en la vida adulta.

  • Desconexión con la realidad laboral

Son pocos los estudiantes que mientras están cursando una carrera tienen un trabajo estable o inician su propio emprendimiento. Para muchos, y muy especialmente para sus padres, el objetivo principal es que terminen la universidad en los tiempos estipulados, lo que suele implicar no tener un trabajo rentado. Esto los mantiene alejados durante demasiado tiempo de la realidad laboral, por lo cual luego les cuesta comprender cómo se desarrolla la vida profesional dentro de una organización y los esfuerzos que implica trabajar y ganarse la vida.

  • Trabajos de confianza con poco desafío

Algunos estudiantes consiguen empleo en la empresa de su familia o de conocidos, realizando tareas de confianza pero de escasa relevancia profesional. Aunque estas experiencias pueden ser útiles para brindarles estabilidad económica, rara vez los preparan para enfrentarse a entornos laborales más competitivos o exigentes.

La revelación

Descubrir que no tiene las habilidades para desempeñarse en la vida profesional ni las herramientas necesarias para poder iniciar su propio emprendimiento, es uno de los momentos más difíciles en la carrera laboral de un joven profesional.

Tras años formándose con la ilusión de un día poder ocupar los cargos tan ansiados, de ganar un sueldo que le permita vivir cómodamente y de ser reconocido por el mercado por todos los esfuerzos que tanto él como su familia realizaron para que pudiera terminar sus estudios, se da cuenta de que su nivel de empleabilidad es muy bajo. Sus aspiraciones en cuanto al perfil laboral del cargo al que aplica y la retribución que espera recibir, generalmente están fuera de la realidad. Cada vez que el joven profesional presenta su currículum para un trabajo, su falta de experiencia le juega en su contra y hace que le resulte muy difícil quedar candidateado. Además, los puestos disponibles para su nivel de experiencia suelen ser para personas más jóvenes, con menos pretensiones económicas y profesionales.

Ante este panorama, muchos se ven obligados a aceptar empleos de baja remuneración o con poca proyección, mientras otros intentan emprender pese a lo desalentadoras que son las cifras al respecto (según Bloomberg, 9 de cada 10 proyectos fracasan en sus primeros tres años).

Las frustraciones y penurias hacen que en algún momento el joven profesional comience a preguntarse:

¿Cómo hago para aprender a los casi 30 años lo que debería haber aprendido a los 20 y nadie me enseñó? ¿De dónde saco el baño de humildad que necesito para reconocer que tengo la cabeza llena de teoría, pero no tengo la menor idea cómo transformar todo ese conocimiento en una estrategia y un plan que me permita ganarme la vida dignamente y avanzar en la vida?

Su situación podría compararse con la de un carpintero que jamás usó un martillo, o peor aún, con la de un chef que tomó los mejores y más caros cursos de cocina, pero nunca rompió un huevo.

En este punto, lo mejor que le puede pasar a un joven profesional es aceptar que debe posponer temporalmente sus aspiraciones económicas para enfocarse en adquirir los conocimientos que aún le faltan. Debe pasar de la teoría a la práctica y la única forma de poder hacerlo es buscar buenos maestros y emprender el camino del aprendiz.

¿Su problema es haber estudiado durante demasiado tiempo sin haberle dedicado un minuto a la práctica de su futura profesión?

En parte. Sin embargo, su principal problema es que todo lo que aprendió en la universidad y la forma en la que le fueron impartidos esos conocimientos no alcanza. El conocimiento académico es esencial, pero debe complementarse con experiencia práctica y habilidades estratégicas.

Aquellos afortunados que ingresan a organizaciones que los capacitan y los forman desde el inicio tienen una gran ventaja. Están en el camino correcto, pero son una minoría.

Para los demás, la clave es encontrar la manera de aprender y avanzar por sí mismos como puedan. Esto implica aceptar empleos que quizá no son los ideales, pero que les permitirán adquirir las herramientas necesarias para crecer profesionalmente. Sin embargo, tampoco esta ruta está exenta de desafíos.

Muchos profesionales, incluso aquellos que logran salir adelante por sus propios medios, llegan a un punto donde se estancan. La falta de una metodología sólida y de formación en gestión los lleva a repetir los mismos errores una y otra vez sin ser conscientes de ello.

La lección principal es que el conocimiento teórico es solo el punto de partida. El verdadero desarrollo profesional exige práctica, humildad y la disposición de aprender constantemente.

De magister a aprendiz

La palabra "aprendiz" proviene del latín y significa "persona que empieza a instruirse". Se refiere a alguien que está aprendiendo un arte u oficio bajo la guía de un experto.

El aprendiz -becario, pasante, contratado para capacitación inicial, contratado a prueba, entre otros términos- es una persona que realiza tareas o presta servicios en la forma, tiempo y lugar indicados por alguien que tiene un determinado saber: maestro, instructor o jefe.

Durante siglos, el aprendizaje fue una práctica esencial para ingresar en la vida adulta, dominar un arte o un oficio y ganarse la vida. Los aprendices solían vivir con su maestro, recibiendo alojamiento, comida y formación a cambio de su trabajo. Una vez que adquirían las habilidades y la experiencia suficiente, podían convertirse en maestros y formar a otros. Esta práctica no solo era una herramienta de desarrollo personal, sino también un medio eficaz de inclusión social. Sin embargo, con el tiempo, fue reemplazada por el estudio formal y la capacitación profesional. 

Hoy nos encontramos frente a una paradoja: se estudia más que nunca, muchas veces hasta después de los 25 años, pero la empleabilidad no solo no mejora, sino que a menudo se debilita. También sucede que cuanto más tiempo alguien se dedica a estudiar sin acumular experiencia práctica, más lejanas parecen estar sus oportunidades laborales reales.

Pero, además, en la actualidad ya nadie quiere ser aprendiz. No solo está devaluada la figura del maestro como referente y autoridad, sino que muy difícilmente un joven reconozca a alguien mayor como un modelo a seguir y de quién aprender. Las nuevas generaciones, muchas veces, consideran que el mundo comenzó con ellas y que todo pasado fue peor. Al tradicional cuestionamiento que siempre sufrieron los adultos por parte de las nuevas generaciones -especialmente los padres por parte de sus hijos-, hoy se suma un factor determinante que es la dificultad que representa la brecha tecnológica. Muchos adultos tienen dificultades con herramientas digitales que los jóvenes dominan con facilidad, lo que refuerza la percepción de inutilidad de los mayores.

Todo ello está exacerbado por el fracaso de la promesa de progreso de la revolución industrial y un mundo disruptivo, distópico y convulsionado, producto de la contaminación ambiental, la sobreexplotación del planeta, las guerras, la pérdida de la hegemonía de occidente, las democracias fallidas, la globalización y el globalismo.

Los virus del facilismo y la demagogia han colonizado el presente. Se perdieron las nociones del esfuerzo, la exigencia, la cultura del mérito y el sacrificio. La falta de propósito y determinados fenómenos, como el fin del estado de bienestar, la falta de estabilidad laboral, el consumismo, el no lugar, los knowmads, el lastre cero y el impacto de la tecnología en la vida cotidiana, son el estado del arte de estos tiempos y hacen que el futuro se vea cada vez más volátil, incierto, complejo, ambiguo, quebradizo, frágil, oscuro, líquido y etéreo. Todas nuevas realidades de las que los jóvenes responsabilizan a los adultos, a quienes no dudan ponerles calificativos despectivos, como el tan popular “viejos meados”.

En Argentina, el facilismo expone otra cuestión de fondo: la licuación de la autoridad docente y del liderazgo adulto en general, representado por la impotencia, la resignación, e incluso cierta complicidad por parte de padres y profesores. No es culpa de los jóvenes, que siempre buscarán correr los límites, sino de la deserción de quienes deberían marcar tales límites y no lo hacen. Tal vez ellos esperan que alguien asuma ese rol, aunque eso implique para el adulto el costo de ser antipático y nadar contra la corriente (riesgo que muy pocos mayores están dispuestos a correr, ya que frente a este tipo de situaciones prefieren que los problemas se diriman en el consultorio del analista).

La vida es adversidad y siempre lo ha sido, y las jóvenes generaciones deben prepararse para enfrentarse a esa realidad en todos los ámbitos. Esa preparación se llama resiliencia.

Vivimos en un mundo donde lo que abunda es la escasez y la finitud. Se trata entonces de entender cómo funciona el juego y jugarlo del mejor modo posible. Sin embargo, si los jóvenes no se autorregulan a tiempo, seguirán encaminándose colectivamente al encuentro de lo peor. Si no lo hacen ellos en defensa propia, la realidad hará el ajuste, y ese es el peor de los ajustes.

El sistema no les va a regalar nada. Todo lo contrario, les va a exigir cada vez más.

Por eso, los futuros gerentes y líderes, deben asimilar que el destino de cualquier organización -y también el de la sociedad- no solo se debe forjar con horizontalidad y buena onda, sino que además deben hacerse presentes la exigencia, la disciplina, el esfuerzo, el mérito y un modelo basado en premios y castigos.

¿Qué tiene que aprender el aprendiz?

El aprendizaje es un proceso constante, y de alguna forma, todos somos siempre aprendices en algún aspecto de la vida. Sin embargo, dejando de lado estas reflexiones existenciales y enfocándonos en lo práctico, hay ciertas nociones fundamentales que cualquier aprendiz debe incorporar para enfrentar los desafíos que tiene por delante, como el principio de realidad, proporcionalidad y equilibrio, una mirada de largo plazo y un abordaje sistémico de la realidad. También incorporar en su accionar determinados principios y valores que lo van a ayudar a actuar con integridad y que son clave para la vida en sociedad.

Aunque muchos jóvenes subestimen o no comprendan plenamente la importancia de atravesar un proceso de aprendizaje estructurado, hay algo que es claro: la competencia laboral es feroz, y el mercado exige preparación. En este contexto, la consigna es contundente: ¡lidera o ríndete!

La motivación predominante entre muchos jóvenes es "hacer lo que les gusta" y "ser felices". Sin embargo, hay una pregunta clave que deben hacerse: ¿alguien está dispuesto a pagarles por eso? Un desafío crucial es alinear las pretensiones personales con las demandas del mercado laboral.

Contrario a lo que algunos sugieren, abandonar el ego no es la solución. De hecho, un ego fuerte y bien gestionado es lo que les va a permitir enfrentar los retos del mundo moderno y avanzar (sino deberían pensar en irse a vivir a un ashram)..

El aprendiz debe adquirir también competencias prácticas fundamentales para la gestión, como:

  • Comprender la importancia de la Misión y el Propósito de la organización en la que trabajan.
  • Analizar y comprender el contexto organizacional a nivel interno y externo.
  • Aplicar criterios de eficiencia, eficacia, integración, adaptación y anticipación.
  • Identificar quiénes son sus clientes, es decir, quién va a comprar qué, cuando, y cómo lo va a pagar. Y también sus públicos target y stakeholders.
  • Definir objetivos, desarrollar estrategias y planificar acciones de corto, mediano y largo plazo
  • Ejecutar proyectos, definir indicadores, medir resultados y rendir cuentas.
  • Gestionar riesgos.
  • Desarrollar habilidades vinculadas con el liderazgo y la comunicación.

Además, es importante que tenga un conocimiento básico en presupuestación y administración, para poder contar luego con la ayuda de maestros para cada disciplina o práctica en particular que necesite aprender y poner en práctica.

Para más información:

Taller de liderazgo y estrategia: de la teoría a la práctica